sábado 27 de abril de 2024

#OPINIÓN || Suplicio y erotismo humano || Rafael del Naranco

Especifica una universidad americana que Internet cuenta con más páginas dedicas al sexo que a cualquier otro tema vivencial.

Certero. Ya en las postrimerías de la baja edad Media Juan Ruiz, alias Arcipreste de Hita, en su libro del Buen Amor, recordando a Aristóteles exponía con sapiente gracia en noble castellano antiguo:

“El mundo por dos cosas trabaja: la primera, por aver mantenencia; la otra era por aver juntamiento con fenbra plazentera”.

La Constitución de los Estados Unidos de América, firmada en Filadelfia en 1787 por un grupo de prudentes hombres, no tocó nada referente al género y, claro está, en esa carta donde se definen los derechos y libertades del pueblo estadounidense, no aparece, rubricando con su nombre, una sola mujer.

A los dos estadistas que manejaron el coroto – palabra muy criolla – , George Washington y Alexander Hamilton, en absoluto se les pasó por la entelequia hacer factible la presencia de una mujer en una Carta Magna que estaba llamada a ser paradigma de los derechos de cada individuo. Pasaron muchos años para que la mujer pudiera votar, pues esta enmienda fue propuesta el 4 de junio de 1919, ratificada un año después y allí sí ya se hacía clara referencia al sexo convirtiéndolo en constitucional.

Y ahora, en estos tiempos asombrosos, lo pueril ha desaparecido a cuenta de ese pasmoso tinglado llamado Internet.

Ya he contado hace tiempo que en Ámsterdam hay dos lugares rocambolescos, mejor dicho, explicativos: el Museo del Sexo y el de la Tortura.

El primero es un portento informativo. Allí no hay morbosidad, pero sí la historia de la pasión humana de la carne al desnudo, puro erotismo a lo largo de la historia de la humanidad, y es que la ciudad de los rojos y la luz plateada de Rembrandt, de la misma forma que descubrió antes que nadie la embestida del mar del Norte y las rutas de las especies, supo combinar el deseo suelto de la pasión de tal forma, que es la única ciudad del mundo con un “Venustempel” o Templo a Venus abierto las 24 horas del día.

El “Torture Museum”, como el anterior, no está en Barrio de los Museos, conocido como Museumolein y en el cual se alza, entre otros varios, el de Van Gogh, en un edificio diseñado por Gerrit van Rietveld que, a nuestro humilde entender arquitectónico, no ha tenido mucha suerte al levantarlo. El de la tortura, como el del sexo está en pleno Damrak a un paso de la Estación Central, uno de los edificios públicos más hermosos de Europa y por donde se entra o se sale de Ámsterdam, viniendo del Aeropuerto de Schiphol… o de cualquier parte.

Sobre esas paredes carbonizadas se alza un monumento pavoroso a la Inquisición, la verdadera y la inventada, ya que históricamente no se debe olvidar que los Países Bajos fueron parte de España, y ese cuadro de Diego Velázquez llamado “La rendición de Breda” o “Las Lanzas”, y que muchos consideran el mayor lienzo histórico del mundo, es la victoria de Spinola sobre Nassau, un aguijón que aún no ha sido cobrado del todo por los “hombres bárbaros y peludos del norte”.

Un recorrido en la medieval exhibición impone respeto. Allí están los maderos y hierros estigmáticos de los instrumentos de suplicio en todas sus variantes, desde la picota a la refinada guillotina, castigos vergonzosos y corporales en la persecución de herejes y embrujados.

Y es que Holanda es otra naturaleza, una nación que permite la marihuana en todas sus variantes, el amor a partir de los 14 años y en donde las damiselas del deseo ardoroso están, igual a las salchichas o el salmón ahumado, en los escaparates de las callecitas cercanas a Oude Kerk.

Esa tierra es un gran país, no solo a razón su contribución a la historia de Europa, sino igualmente por el propio espíritu emprendedor de su gente.

Allí, entre los canales, por vez primera escuchamos hablar de la “Secta de los Khlystis”, una especie de conjuro sexual practicado en Rusia y expandido por el centro de Europa y que tuvo su mayor adepto en el monje Rasputín, especializado en ritos orgiásticos.

De carácter al mundo social y cotidiano, los sectarios hacían ver que comulgaban con la iglesia ortodoxa, pero se burlaban de ella y en sus ceremonias, realizadas en lugares recónditos – se llegó a hablar de la participación la propia zarina, esposa de Nicolás II -, todo finalizaba con una orgía colosal, en donde las historias sobre Justine del Marqués de Sade quedaban en simples cuentos de hadas para dormir infantes.

Suplicio y sexo siempre han ido tomados de la mano, ya que el placer es el deseo de llegar más allá de los muros de lo prohibido, el lugar en el cual las pasiones transitan sin escamoteos. Ya lo decía el cura español Jaime Balmes:

“Las pasiones son como el fuego; se apaga si se le echa agua en abundancia; pero se enardecen con más viveza, si el agua es poca e insuficiente”.

En Ámsterdam, con agua abundante, pocos deseos del alma se apagan. La ciudad se levantó sobre la tolerancia, el respeto y el valor de la libertad.

Cuantiosos de nosotros no posemos memoria carnal ni poca ni mucha, sino pasión, que puede ser idéntico, pero no llega más allá de los juegos fantasiosos, aun pudiendo señalar como José Ortega y Gasset:

“El pensamiento es una erección y yo todavía tengo pensamientos”.

 

NAM/Rafael del Naranco

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