jueves 28 de marzo de 2024

#OPINIÓN La política (Alfonso Hernández)

Alfonso Hernández

Recientemente, leía un artículo publicado por el periodista español Francisco Rubiales, titulado “la política, la mejor carrera y sin necesidad de título”, desde su  perspectiva crítica señala que la carrera política parece estar hecha para mediocres ambiciosos y para listos sin capacidad para competir y enfrentarse a la vida, no necesita título alguno, ni idiomas, ni otras habilidades salvo enrolarse en un partido político y someterse al líder con humildad durante un largo periodo, hasta que llegue a la gloria.

Plantea el autor, que la política es una carrera mejor pagada que cualquier otra profesión y cuando se llega alto y se carece de moral, lo que casi siempre se consigue con paciencia, permite ingresos ocultos que superan cualquier patrimonio, opina que la política es una trocha fácil para acceder al poder y al dinero, sin exámenes, sin exigencias académicas complicadas, sin requisitos morales, sin necesidad de dominar idiomas, sin méritos ni curriculum.

Para Rubiales, el político conseguirá éxito y podrá garantizar su futuro cuando logre acceder a ciertos niveles de confianza dentro del partido, donde se conocen los secretos y las verdades, desde ese nivel el partido cuidará a sus líderes políticos para que nunca hablen y lo consideraran un miembro del grupo siempre que mantenga la boca cerrada. El dinero nunca le faltará, ni la protección del grupo, dos valores que no pueden ofrecer otras profesiones, “cualquier alcalde de pueblo tiene más poder que un centenar de médicos juntos y a su alrededor suelen bailar ingenieros, arquitectos y empresarios, todos atraídos por el dinero público fácil, del que el alcalde controla el grifo”.

Según Rubiales, la política se sostiene bajo la complicidad de los votantes, donde se eliminan todas las exigencias lógicas, los controles democráticos, los requisitos éticos y hasta el concepto de servicio al pueblo, sustituyéndolo por un estatus de dominio y de impunidad que permite disfrutar de poder, dinero y brillo social sin ni siquiera rendir cuenta a los ciudadanos.

Considera el autor que la política en una época del pasado fue patria de grandes hombres, de santos y de héroes admirados, pero hoy es el paraíso de los mediocres, donde el trabajo del político consiste en obedecer lo que le mandan los líderes, donde se le dice lo que se debe hablar, tienen secretos, agendas y relaciones, no hay riesgo siempre que se sometan a la obediencia, a la sumisión, basada en la ley del silencio, como “la omertá”, el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre las actividades delictivas consideradas asuntos que incumben a las personas implicadas.

El político, al llegar al poder, tendrán a disposición guardaespaldas, colaboradores y asesores, sin embargo siguen siendo unos ineptos, jamás resuelven los problemas de los ciudadanos y comúnmente dejan las cosas peor como las recibieron, culpando a las administraciones pasadas o justificando su incapacidad a la crisis que ellos mismos crean o la falta de presupuesto.

Aunque la visión de la política del autor se perfila hacia la política española, no dista de la realidad que viven los pueblos latinoamericanos, en donde la clase política se ha corrompido de tal manera que se pierde la capacidad de asombro, estamos viviendo en la época donde se ha perdido el decoro por la honradez, lo ético es dicotómico, lo público se convierte en un festín, la complicidad por obra u omisión ha permitido que la política y los políticos sean vistos como un tumor que hay que extirpar.

Ciertamente hay muchos políticos deshonestos que han manchado el accionar de la política, pero en honor a la verdad también hay políticos excelsos que con hidalguía sobresalen de los salpicados de estiércol para rescatar el valor de la política, bien como lo proclamara Pío XI “la política, en cuanto atiende al interés de la entera sociedad constituye el campo de la más amplia caridad, la caridad política y por encima del cual no cabe señalar otro que el de la misma religión”. Sin embargo los ciudadanos somos corresponsables de nuestra clase política, en palabras de Platón, “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”.

Alfonso Hernández Ortiz

Politólogo – Abogado

[email protected] / @AlfonsoZulia