sábado 20 de abril de 2024

#OPINIÓN | «La delgada línea entre celebrar e irrespetar al rival y al deporte» (Ernesto Ríos Blanco)

En el béisbol, como en el deporte y en la vida en general existen códigos de conducta y de respeto cuando se trata de “competir” en el que se fundamenta la llamada “sana competencia”, pero, ciertamente, la vida entera es una competencia. Compite el hermano con el otro hermano por ver quién es mejor o quien recibe más beneficios; compite un canal de televisión contra otro o una emisora de radio por obtener mayor audiencia y así compiten las páginas web. Compiten los docentes cuando concursan para optar por un cargo en una institución, compiten los militares, los policías, los médicos. Los periodistas viven en una sola competencia a ver quién da el tubazo o quien plasma una mejor historia, en fin, el mundo es una sola competencia. Tal cual compiten los animales por la supervivencia, también lo hace el hombre con la diferencia del raciocinio y de “respetar” esos “códigos” que ya están más que legitimados y que definen lo que es una “buena” o “mala” conducta; lo que es la “buena” y la “mala fe”.

Con mucha más razón se compite en el deporte, porque el deporte, si bien es una sana actividad física, es en esencia una gran competencia donde todos buscan demostrar quién es el mejor y, desde luego, quien gana, quien obtiene el triunfo tiene todo el derecho de alegrarse y de celebrarlo conforme el libre albedrío del cual gozan todas las personas.

Hasta ahí vamos bien. Pero ¿Dónde está el límite en todo esto? ¿Es que hay o debe haber un límite o no? Si las personas congregadas en sociedad se rigen por normas; Unas normas que comienzan en la casa desde que nace el individuo, donde papá y mamá dictaminan lo que se debe y no se debe hacer, lo que es y no es correcto ¿Hasta dónde es válido romper esas reglas?

Lo mismo ocurre en el ámbito social; si en un país, un Estado, se norman los comportamientos sociales a través de las leyes y reglas como lo son la Constitución, los códigos de ética, los códigos procesales, en fin y del mismo modo ocurre en el deporte, el cual tiene su reglamentación y sus condiciones ¿Po qué entonces ahora existen códigos de comportamiento y ética hecho leyes en el deporte, al menos en el béisbol? ¿No se supone que el ser humano, en tanto y en cuanto es racional y consciente en condiciones de adultez y por todo lo aprendido cuando niño y cuando joven, debería tener un comportamiento cónsono con lo que “debe ser” sin necesidad de que le estén normando conductas a través de códigos escritos?

Si en el béisbol, enfocándonos de una vez en nuestro tema, se ha normado, a través de un código de ética, el comportamiento correcto y lo que se considera incorrecto, irrespetuoso, que trasgrede el límite de lo prudente y lo adecuado ¿No es acaso porque ha habido excesos, muchos de los cuales han sido realmente terribles?

Careos entre managers o jugadores y umpires, peleas o diatribas entre peloteros de equipos rivales, incluso, problemas entre peloteros y fanáticos, todo eso ha ocurrido muchas veces hasta con saldos de lesiones, todo lo cual ha invitado a los comités, a las autoridades del deporte a normar ciertas acciones que pueden considerarse “delicadas” y eh allí el meollo de este planteamiento.

En el béisbol del pasado no ocurría o poco ocurría y, si ocurría, era de otra manera. Jugadores como Luis Aparicio, Antonio Armas, Leonel Carrión, Urbano Lugo, Luis Salazar, entre muchos otros lo refrendan.

¿Pero, qué está sucediendo ahora? ¿Por qué estos ‘muchachitos’ que ni siquiera tienen un mínimo de tiempo dentro de una organización deportiva como MLB como para sentirse “sobrados” incurren en “excesos” a la hora de celebrar una hazaña? ¿El ser estrellas, el ser brillantes al extremo en lo que hacen, les da derecho a excederse en sus celebraciones?

Es un tema que amerita incluso la intervención de un psicólogo que nos pueda dar luces de lo que ocurre en la psiquis de cada quien, pero que, indudablemente, está asociado a la personalidad, a la crianza y a la esencia de cada individuo.

El perreo es conocido en el mundo del deporte como la celebración excesiva y/o burlesca en la que incurre un deportista cuando logra una hazaña, una buena jugada o simplemente supera al rival. Un exceso que raya muchas veces en el “irrespeto” al deporte y al rival en particular.

Los primeros ‘perreadores’ conocidos fueron los dominicanos. Sabiéndose sobrados como potencia beisbolera, comenzaron a gesticular a modo de ‘burla’ -aunque lo niegan- sobre el rival cuando logra imponerse en el careo deportivo.

Un ejemplo, el lanzador que logra ponchar a un bateador considerado de élite y que al poncharlo realiza una gesticulación grotesca en el montículo a modo de, más que celebrar, tratar de “humillar” al vencido.

Lo acabamos de ver en la Copa América con Yerry Mina, de la selección Colombia, quien se caracteriza por sus celebraciones un tanto exageradas y directamente enfocadas hacia el arquero al cual logra batir con un gol. Así lo hizo en el juego contra Uruguay, donde batió a Muslera y desde luego, su celebración fue bastante exagerada, algo ante lo cual Muslera no reaccionó, pero que, evidentemente tuvo que haberle molestado. En el juego de semifinal en el cual el portero de Argentina le paró su remate, desde luego, quedó mal parado, no porque le hayan atajado el remate a puerta, sino porque ya se acostumbró a sus celebraciones subidas de tono y aquel fallo generó en el rival una especie de venganza automática vista en la reacción de Lionel Messi, un hombre por lo general tranquilo, que le gritó a Mina: “Andá, baila ahora, baila ahora” cuando éste falló el penal.

Ronald Acuña es un ejemplo viviente. Es considerado un pelotero élite y en sus muy pocos años en las mayores, ya se considera entre las grandes estrellas. ¿Eso le da derecho a ‘perrear’ contra el rival? El mánager de los Bravos le impidió a Acuña en un juego en el cual su equipo ganaba por margen de 8 carreras de ventaja, creo que ante Cleveland, un pedido de Acuña e querer batear a la zurda, cuando Acuña nunca ha bateado a la zurda, porque no es ambidiestro. ¿No es acaso un acto de burla hacia el rival que pierde por ocho carreras y al cual ya le diste un cuadrangular, presentarte a batear a la zurda? Menos mal que su manager le negó esa locura, esa burla que pretendió hacer el astro venezolano ante un rival al cual le estabas ganando de forma aplastante.

Te lo enseñan cuando estás en deporte de formación. Te enseñan a que cuando le das un pelotazo a un bateador le ofreces discuplas en un acto en el cual de reflejas: «lo hice sin querer». ¿Qué deviene de los perreos? la confrontación, por eso tantos pelotazos a profeso se ganan algunos bateadores, cosa que es incorrecta, porque es caer en lo que criticas, pero, es parte de la naturaleza humana, está en la «pasión» en la «efervescencia del momento, pero debe primar la racionalidad sobre el impulso animal, sobre lo instintivo.

Eh ahí la delgada línea entre celebrar e irrespetar al rival. Esto da para muchas interpretaciones y para muchos puntos de vista. Estoy dando el mío, muy mío, muy particular, respetando siempre el criterio de los demás. Hay quienes piensan que cada jugador celebra como le da la gana y eso no debe afectar a nadie. Se le respeta, pero discrepo, porque si cada acto humano no tuviera su límite, entonces consideraríamos normales las cosas que no lo son y se estaría rompiendo esa delgada línea del respeto, donde terminaríamos todos matándonos por un problema de aceptación y respeto, por un problema de ignorar las normas elementales de convivencia y coexistencia y el respeto que es la base de la sana competencia. Imaginen por un momento que yo me gane el Premio Nacional de Periodismo y cuando me den mi premio, yo me chupe el dedo y haga cuanta morsiqueta se me ocurra mirando a mis compañeros, los que compitieron conmigo y tratando de reírme de ellos porque yo me alcé con el premio y ellos no ¿Sería eso ético, respetuoso de mi parte? Como no, yo puedo alegrarme, celebrar, gritar, pegar un brinco, pero en el marco de los límites que establecen esos códigos escritos y no escritos en la sana convivencia con el otro.

¿Quieren un ejemplo de un pelotero al que jamás se le ha visto un perro ‘teniendo todos los argumentos para hacerlo si así lo decidiera? Miguel Cabrera.

“Mis derechos terminan donde comienzan los tuyos”.

NAM/Ernesto Ríos Blanco