jueves 9 de mayo de 2024

#OPINIÓN || El síncope siniestro del planeta || Rafael del Naranco

Quizás, o tal vez no – aún no lo he asimilado – , que intuyo lo atrayente de ser un hombre añejo en cuerpo y aliento, al poder sentarme al socaire del día en una taberna y tomarme – lo suelo hacer mucha frecuencia – un té verde con hierbuena, mientras observo pasar rachas de viento cruzarse ante nuestra mirada, tras una subsistencia colmada de periodismo en diferentes territorios del planeta.

Hace unos años, estando en Tel Aviv, se lo escuchamos decir a Paul Theroux cuando se encontraba descubriendo las costas del mar Mediterráneo para escribir “Las columnas de Hércules”:

“Es muy difícil defenderse de una persona que está dispuesta a sacrificar su vida con tal de matar a otros”.

Que nadie se llame a engaño: contra el terrorismo solo cabe una acción: enfrentarlo. Con palabras y paños calientes, siempre vencerá el desencajado subversivo.

Sobre este brutal tema, la italiana Oriana Fallaci era una pitonisa: desmenuzaba el pasado y conocía el espanto del futuro que tenía delante de ella.

La escritora italiana no utilizaba subterfugios ni eufemismos para decir sus verdades: explicaba que la amenaza criminal no es el fundamentalismo musulmán, ni el terrorismo islamista, ni cierta interpretación radical del Corán. Para ella el chantaje lo constituía el texto de las Suras, el cual posee docenas de interpretaciones, y cada una de ellas más demencial.

Y así, en el núcleo de sus palabras centraba la pasividad de Occidente – en particular de la Europa misma, y en base a esa realidad, implantó el neologismo “eurabia” – basado en la ramificación creciente de los islámicos que comparten esa doctrina y van levantando “islas del Derecho” donde la Sharia, y no la ley común, regula las relaciones sociales de los musulmanes extremistas.

No obstante, lo que le había ganado ella fue la animadversión del establishment mahometano, grupo que ostentaba ayer, como hoy, el poder y la autoridad en una nación que tuvo su base en aquellos acomodaticios europeos que consideraban el Islam como una religión ajena al fenómeno de la dominación y el terrorismo.

¿Dramatizaba la Fallaci cuando señaló la torpeza de Occidente? No, hablaba con una claridad sorprendente:

«Nuestro carcoma moral, ha sido abrirles las puertas a quienes pretenden destruir el cristianismo, la democracia y el sistema jurídico, basado sobre la existencia de los derechos humanos”.

Y lo decía ella, que se confesaba “atea cristiana”.

¿Qué nos queda hoy a nosotros, europeos del llanto y el desasosiego? Tal vez las florecitas desecadas y el miedo.

Harry Truman, que más que un presidente era la viva estampa del padre en la obra de Arthur Miller “La muerte de un viajante”, es decir, el norteamericano medio y bonachón, ordenó con una frialdad rayana en lo sublime, que dos bombarderos B-29 – uno llamado “Little Boy “y el otro “Fat Man” – convirtieran en polvo de estrellas parte del Imperio del Sol Naciente.

Un antiguo emperador shogun había escrito siglos antes: “Las hierbas del verano: / es todo lo que queda / de los sueños de los guerreros muertos”.

Eso, la poesía, y la mirada tierna de un niño, es lo único que en verdad es atrayente, igualmente la querencia con toda su pasión de subsistencia… es decir, lo contrario de la expiración a causa de la conflagración de devastar al planeta ahora mismo, sobre conflictos bajo la fanal grisácea de los cultos religiosos.

Algo sanguinario y apocalíptico, cuando los textos de todas esas creencias asumen un Dios o Alá como supremo bienhechor.

Hoy Oriente y Occidente se repelen, parecen haber regresado a los tiempos de las Cruzadas y los califatos de Damasco, Bagdad o el imperio Otomano, ya que el camino de la razón y el afecto sembrado, primero por Jesús de Galilea y unos siglos después matizado en las sharias de Mahoma, el profeta venido de La Meca, se convirtió en carcoma llevado por el viento árido.

En donde antiguamente hubo respeto y comprensión – pensemos en Córdoba, Granada, Damasco y Constantinopla –ahora hay abrojos y cardos agrietados, siendo esa la razón por la que desde hace años se vienen escudriñando las causas de la amarga expansión del fundamentalismo muladí.

Pero el Islam – el árabe, para ser más concisos históricamente – también tuvo un magnifico esplendor. Su lenguaje, el de la poesía, nos ha legado las palabras más agraciadas de la literatura universal; lo mismo la ciencia, base de descubrimientos extraordinarios, que abrieron las puertas del progreso moderno.

Lo expresó cierto día el español Francisco Umbral bajando por la congelada calle Alcalá en Madrid, envuelto en su bufanda de estraperlo: “La paz es una nieve con pisadas de lobo”.

Imploremos a Dios y recemos ante Alá

[email protected]

 

NAM/Rafael del Naranco

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