sábado 20 de abril de 2024

¡ZULIA HISTÓRICA EN NAM! Conoce los aterradores «Espantos de Maracaibo»

Historias de fantasmas fueron populares entre los habitantes de la urbe alumbrada con lámparas de querosén. La zona más comentada como sitio de apariciones fue la avenida El Milagro. Presentamos leyendas de personajes como El Cónsul, Bartolo, Los Frailes y de cómo, aparentemente, recibió el nombre de ‘la calle del diablo’. Esta es Zulia Histórica en NAM.

Persignarse antes de salir de la casa por las noches, al escuchar un ruido extraño o al pasar frente a un templo o frente al camposanto era común y una costumbre muy latina y católica. Cuando soplaba un viento fuerte, a más de uno se le ponía la piel de gallina y si el miedo era mucho, no quedaba otra opción que salir en carrera.

La Maracaibo de comienzos del siglo XX, era un vecindario en crecimiento aferrado, como la Venezuela de entonces, a los resabios populares y a los cuentos de camino.

Cuando no había televisión y la luz eléctrica era considerada una novedad, en las entradas de los zaguanes se daban diálogos de espanto y brinco.

“A mí me contaron que las casas donde hay morocotas de oro enterradas, se forma una luz que sea hace grande cuando uno se acerca”.

“También dicen que esa luz engaña a la gente y que, si el difunto no lo quería a uno, te iba a asustar y tenéis que esmollejarte duro”.

“Ay, Diosito, por eso yo no salgo en las noches por Las Veritas”

“Ni la otra, porque, la otra vez, me pareció ver a un ahorcado con cabuya y todo por la calle de La Pascua…”

“¡Mi alma, mijita! ¿Y vos qué buscabas allá, no sería chisme mi linda?”.

Eran los diálogos propios de la tradición oral y del imaginario colectivo. La ciudad amanecía y anochecía hablando de novias lloronas que desandaban las calles y de gritos terribles en la oscuridad; del pájaro hueco volando bajito con su mala pava y su chillido espeluznante y las horas en vela que muchos pasaron bajo los mosquiteros, arropados hasta las sienes con ese calorón.

Carmen Rivas, una mujer que nació en 1936 y vivió en el centro de Maracaibo, asegura que para los muchachos era prohibido pasar frente a los cementerios después de las 8.00 de la noche. Aunque no le dio crédito a los cuentos de brujas y aparecidos, siempre prefirió decir ‘de que vuelan, vuelan’, por si acaso.

El pasajero misterioso

Un hombre impecablemente vestido se subía sin que nadie se diera cuenta a los tranvías de mulitas y más tarde a los primeros carros Ford que llegaron a la ciudad y a los tranvías eléctricos.

“…Por último, se le vio en los flamantes automóviles y en los recientes y congestionados colectivos llamados buses o autobuses”, relata Fernando Guerrero Matheus en su libro ‘En la Ciudad y el Tiempo’.

El pasajero misterioso, queriéndolo o no se saltó de carro en carro hasta que la modernidad lo permitió.

“Eso era verdad. Está el muerto del Alianza (Club Alianza) y la mujer que aparecía frente a la Cervecería Zulia, se subía a los carros y desaparecía antes del Hotel del Lago…” Recuerda Guillermo Ávila, conductor de toda la vida en la ruta de ‘El Milagro’.

Los pasajeros fantasmas eran varios, como aquella que se montaba en el sector La Calzada y se bajaba frente al Club Naiguatá. En ocasiones, el alma en pena de la mujer desaparecía cuando el conductor volteaba para cobrarle el pasaje.

También, la gente decía que en las madrugadas se veía a tres mujeres vestidas de negro caminando por las cercanías de Santa Lucía, todas con flores en las manos y la cara gacha oculta en velos.

En las calles empedradas del populoso sector se escuchaba hasta mediados del siglo XX el andar de una carreta. El galope de caballos halando un carromato desvencijado. “Se oía clarito por la calle Casanova”.

En el Empedrao

Precisamente, es en esta parte de la ciudad, donde los cuentos se escuchan en cada esquina. Muchos atribuían el hecho a la cercanía del cementerio que se ubicó a unos metros de la bajada de Pichincha, la más empinada de las vías de Maracaibo, que parte de la avenida Bella Vista y atraviesa en una vertiginosa pendiente todo el barrio de Valle Frío.

“En la calle San Luis, sale un cura que vestía de negro” aseguran los viejos vecinos. Las familias protegían a los niños obligándolos a acostarse temprano para que no los aterrara el llanto de La Llorona o los pasos de las brujas sobre los tejados de las casas.

El sentido ciudadano de la vida y la muerte, junto con los privilegios generados por la luz eléctrica dejaron en el reposo de la memoria citadina las huellas de aquellos espantos.

Se oye el pasitrote, es el caballo de ‘El Cónsul’

Como toda historia de espantos, imprecisa y sin muchos cabos atados, nació y desapareció la de El Cónsul que desando en El Milagro. El hombre fue un diplomático en Maracaibo y habitó una casa frente al Lago que luego se convirtió en el bar Miramar. Fue reconocido como un buen jinete sobre su brioso corcel que cayó fulminado el día que el hombre murió. En vida, El Cónsul fue visto sobre su bestia galopando, después de su muerte, siguió la faena e infundió miedo al escucharse el pasitrote del animal que transportaba a su dueño.

Bartolo, Bartolo, Tráeme el cayuco

Leyenda muy difundida que nació en el sector de El Bajito, en las costas de El Milagro. Era un grito aterrador que trascendía la oscuridad de la noche poniendo a temblar a quienes escuchaban: ‘Bartooooooolo, Bartoooooooolo, Tráeme el cayuuuuuuco…’ que se supone se originaba de un ánima en pena.

Según el relato de Abraham Belloso, “es el grito del padre de Bartolo en pena, quien asesinó a su hijo a machetazos, porque, éste no le llevó el cayuco de su piragua.

Cuentan que, el hijo, se había dado al vicio del alcohol. El padre, en castigo, lo embarcó en su piragua prohibiéndole saltar a tierra, pero, la noche del crimen, el muchacho, después de llevar a su padre, compró aguardiente y cayó en un profundo sueño y no escuchó los gritos de su padre pidiéndole que le trajera el cayuco.

Cansado de gritar, el padre montó en cólera, se tiró al agua a alcanzar a nado la embarcación y allí, con un tocón tres canales, arremetió contra su hijo. Vuelto en razón y arrepentido de haber hecho aquello, lo tomó en brazos y se lanzó al agua de El Bajito, que se encargó de ahogarlo en sus traicioneras corrientes”.

La calle del diablo y su extraño origen

Doña Inés del Basto, quien era muy misericordiosa, acogió a un negrito “desmirriado y feo que encontró padeciendo de hambre y frío”.

Pero, el criado ni se acercaba a la iglesia ni oraba. Dos cuernos escondía en su cabeza. Doña Inés, quien notó las rarezas del muchacho, dijo a un sacerdote que rociara de agua bendita y éste, despavorido, huyó por la calle que se bautizó como la calle del diablo, más tarde llamada calle Obispo Lasso.

El crimen de la Caballero

Mercedes Caballero era cucuteña, linda y respetuosa. Trabajaba en la Casa de Morales, hoy Casa de la Capitulación como ama de llaves (1890). En medio de un gran misterio, fue narcotizada, apuñalada en un baño y la echaron moribunda cerca del cementerio.

La encontraron viva aún, pero, aunque podía hablar, nunca dijo quién la había matado. Cuenta que su alma en pena vaga por uno de los salones de la gran casona.

La Bailarina sin Cabeza

También se hicieron famosos los cuentos de espantos escolares. En el colegio Lucila Palacios, situado en la urbanización La Estrella, por la avenida Cecilio Acosta, se comentó durante muchos años la aparición de una extraña y espeluznante mujer vestida de bailarina y sin cabeza que salía desde un cubículo que siempre tenía un candado en el baño de niñas del plantel.

En el colegio, se llegó a comentar que la mujer era una hermosa y joven bailarina que fue violada y decapitada, justo en el lugar desde donde se supone que sale. También dicen que donde yace el plantel educativo hubo, años atrás, un improvisado cementerio donde sepultaban a las víctimas de crímenes no resueltos.

La leyenda se propagó y se mantuvo allí por años. Los niños que entraban a Lucila Palacios se encontraban con ese cuento que se iba haciendo famoso en toda la población escolar. Se decía que, la bailarina no le salía a las niñas sino a los niños varones que se portaban mal o que se asomaban por el baño de niñas para observar con picardía a las muchachitas.

NAM/Viejo Zulia/Rafael Márquez

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