Redoble de vasos… ¡ A su salud ! Un trago largo que hace mover lentamente la manzana de Adán. Ese día, a principios de 1900, el rostro ajado del poeta demuestra que tiene más de cinco días entre copa y copa. Su grupo, la famosa peña literaria de Ud6n Pérez, se reúne allí por las tardecitas para discutir sobre lo que sabe hacer: libros y literatura.
«A Udón Pérez le gustaba…», dice Enrique José Angulo haciendo una señal con el pulgar extendido hacia la boca: “…pegárselo», concluye. Angulo, quien nació en 1918, fue dueño de la fuente de soda “La Zulianita” por 25 años, riendas que tomó desde la muerte de su padre, Pradelio Angulo, quien fue el fundador de este local y lo administró casi par 50 años -falleció a la edad de 102 años-.
«Murió de viejo -dice su hijo-, a él le tenían mucho afecto los intelectuales de aquella época, porque atendía muy bien a la gente».
Con clase y estilo
El rincón preferido por los bohemios era La Zulianita, un lugar donde, según Luis Guillermo Ferrer en el Diccionario General del Zulia, se daban cita «las personas destacadas del Maracaibo de entonces, para tratar negocios, comentar los sucesos del día y saborear la helada cerveza Maracaibo».
Allí. Elías Sánchez Rubio, Marcial Hernández, Octavio Hernández, Guillermo Quintero Luzardo, Rafael Yepes Trujillo, Guillermo Trujillo Duran, Manuel González Herrera, Felipe Boscan Ortigoza y otros-como cuenta Guillermo Ferrer-, todos de la peña literaria Udón Pérez, se reunían preferiblemente los fines de semana para armar sus discusiones del día.
«Se ubicaba al lado del edificio de la Casa Mac Gregor, frente a la Cámara de Comercio», explica el historiador Orlando Arrieta.
Era una casa con un frente pequeño y alargada al fondo. En la parte de atrás había un salón familiar con mesas. Allí estuvieron varios presidentes del estado (antes se les llamaba así a los gobernadores).
Al frente tenía dos toldos sobre el par de entradas del lugar que funcionaban como aleros. No se colocaban mesas afuera, como los cafés europeos, pero si se manejaba (el mismo concepto de estos sitios: un lugar para hacer veladas con la «crema» de la ciudad.)
Abría por las tardes y cerraba ya entrada la noche. Funcionaba como negocio de bar, heladería -se ofrecían siete sabores- y como confitería.
Se fundó en 1890 y el joven Antonio Angulo, hijo de Pradelio y futuro pintor del techo del Teatro Baralt, ayudaba a su padre en la atención de una clientela tan selecta.
Una vida de 68 años
El esplendor de esta fuente de soda duro más de medio siglo, pues el 2 de julio de 1958 ya las dos puertas de la fachada no abrieron al público. Así se cerraban 68 años de historia, el ciclo de vida de un lugar que aguardo las movidas bohemias de Maracaibo durante finales del siglo XIX y mitad del XX.
Luego, se demolió el local para construir un edificio de cuatro pisos que originalmente se concibió de cinco. Según el historiador Arrieta, la nueva obra costó 400 mil bolívares. «Allí montamos la librería Las Novedades y alquilamos la parte de arriba para oficinas – cuenta Angulo-. Así era más rentable». Luego, el edificio lo vendieron. Nadie se opuso, pues era de propiedad privada.
En 1976, para conmemorar los 50 años de la muerte de Udón Pérez, «se colocó una placa alusiva con unos versos del poeta Guillermo Ferrer», se lee en el Diccionario General del Zulia.
La Baralt…
A finales del siglo XVI, unos franciscanos que llegaron a Maracaibo construyeron un convento y un templo, y le dieron por nombre San Francisco. Frente al centro religioso, como reseñan Luis Guillermo Hernández y Jesús Ángel Parra en el Diccionario General del Zulia, quedó «un receptáculo de terreno que limitaba con los malecones, el cual se convirtió en la zona de actividad comercial de Maracaibo», la plaza Baralt, bautizada así en 1888 por la Sociedad Baralt.
Allí se conseguían el Mercado Principal, la fuente de soda La Zulianita, el Hotel Victoria. En ese lugar se construyó el primer edificio de varios pisos, pasaba el tranvía eléctrico, se hizo el primer vuelo en globo aerostático … en fin; a raíz de la importancia comercial de la zona y del lugar estratégico en el cual se ubicaba, La Zulianita era un lugar que siempre tenía vida: gaitas, tertulias y se hablaba mucho de política.
La poética del alcohol
EI escritor Cesar Chirinos recuerda, con cierto dejo de nostalgia, la poética del alcohol de aquel momento:
«En la plaza Baralt, por ejemplo, se sentían las Antillas; La Zulianita era un bar fresco, colorido, con humor. Ahorita no hay nada. ¡Cómo es posible que la plaza Baralt no tenga vida nocturna!. Ahora tenemos bares secos, cerrados, muertos… sin poesía. No se consiguen rocolas, una parte esencial del bebedor. Ahora ponen más ruido que música, porque el cliente está alienado al dueño».
La dinámica de este lugar tenía un cordón umbilical con la cultura portuaria, pues a unos cuantos metros se conseguía el Puerto de Maracaibo. Esto significaba una simbiosis entre los distintos inmigrantes que entraban a la ciudad por esta vía. De alii que, además de ser lugar de reencuentro con el otro, La Zulianita se prestaba como un espacio de confluencia con los extranjeros, especialmente los europeos«.
NAM/Viejo Zulia/Texto: Anne Mejías
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