Como si estuvieses en algún residencial de Estados Unidos o de Holanda, los llamados Campos Petroleros, asentados en la Costa Oriental del Lago; Lagunillas, Cabimas, Bachaquero, Baralt y también en Maracaibo, San Francisco y una parte del Sur del Lago, eran verdaderos urbanismos con toda una carga cultural totalmente nueva que se instauró con la industrialización petrolera venezolana, particularmente en el estado Zulia que, entonces, era la máxima mina petrolera del país.
Demos un paseo histórico y conceptual del tipo de urbanismo que fueron estos campos y lo que significó en la transformación cultural y social del habitante asociado a la industria petrolera, para comprender que tan beneficioso llegó a ser y cómo fue mermando todo este concepto hasta llegar al estado de abandono cuyo modo de vida, hoy añorado, solo queda en el recuerdo de quienes tuvieron el privilegio de disfrutarlo.
Para el año 1920 en la Costa Oriental del Lago se descubrieron grandes yacimientos de petróleo, gracias a las empresas Caribbean, Venezuelan Oil Concesión (VOC) y Lago Petroleum, las cuales para iniciar sus operaciones necesitaban una gran cantidad de trabajadores con el objetivo de dejar atrás lo que eran las zonas rurales y construir innovadoras áreas de trabajo cercanas a la costa, nuevos poblados o campos petroleros para residenciar a los trabajadores, por lo que en el contexto de esta nueva etapa de explotación del petróleo muchos venezolanos de otros estados viajaban al Zulia para trabajar con estas empresas.
En un trabajo de investigación realizado en junio de 2006, titulado “Cultura, Poder y Petróleo: Campos petroleros y la construcción de ciudadanía en Venezuela” por Miguel Tinker Salas de la Universidad del Zulia, se expone que a raíz de la construcción de los campos petroleros los venezolanos provenientes de varios lugares del país lograron la fácil comunicación y las bases de nuevas relaciones sociales, al igual que la construcción de los conceptos de identidad nacional.
El proyecto también plantea que, en su primera fase, los campos petroleros surgieron como una sociedad provisoria, donde cada grupo regional recreó sus normas sociales y tradiciones bajo la sombra de una cultura empresarial que paulatinamente tomó forma.
Durante este período formativo, las petroleras enfrentaron protestas laborales, conflictos con los poderes estatales y municipales y el resentimiento de la vieja oligarquía agrícola zuliana.
Esto obligó a la empresa a reconsiderar su modelo de operación, optar por una nueva organización de la producción y la elaboración de un nuevo plan social para la incorporación de su equipo laboral.
Un concepto foráneo
En la investigación plantean que formados por un núcleo de residencias adyacentes, los campos desarticulaban al trabajador y a su familia, de las actividades rurales y los impulsaba, hacia una nueva cultura de consumo, que encontró expresión en los comisariatos de las empresas.
“Las viviendas y el espacio que otorgaban, para la interacción social, también contribuían a este proceso. El interior de las casas, normalmente dos pequeñas habitaciones, una cocina, y una sala, desfavorecía la familia tradicional, que solía incorporar a distintos familiares”.
Los obreros petroleros, especialmente las personas recién empleadas, no acostumbradas al nuevo régimen social que tomaba forma en los campos, deploraban el tamaño de las viviendas que se les otorgaba en algunos de los campos.
Adaptación
En algunos casos, algunos empleados transformaron creativamente los espacios de sus viviendas o se mudaban a vivir con sus familiares, en las comunidades adyacentes que se formaron alrededor, se vieron obligadas a formar nuevos lazos sociales y laborales, dentro de los cuales, la empresa ejercía una creciente influencia”.
Además, conscientes de la formación de estos nuevos lazos, y para reforzar estos nexos frágiles, las publicaciones de la empresa, tanto a nivel del campo como a escala nacional, incluían una sección sobre noticias sociales que anunciaban nacimientos, bautizos, cumpleaños, matrimonios, veladas artísticas, conmemoraciones patrióticas, graduaciones y otros eventos de carácter social.
El objetivo de esta actividad publicitaria no sólo implicaba la promulgación de valores y normas consideradas positivas por las petroleras, sino también la creación de un sentido amplio de comunidad compartida por todos los empleados de la empresa petrolera.
Pequeñas ciudadelas
En un artículo realizado por la Universidad del Zulia titulado “El transcurrir tras el cercado: ámbito residencial y vida cotidiana en los campamentos petroleros de Venezuela (1940-1975)” publicado en 2003, se expone que los campamentos anteriormente contaban con dotación de servicios de red, suministro de agua regular y confiable, cloacas y drenajes, electricidad, servicio postal, plomería, recolección frecuente y disposición eficiente de basura, caminos pavimentados y un buen mantenimiento de edificios y áreas verdes.
“Contaban También con una provisión de equipamientos y servicios muy superiores a lo existente en el país, aún en los sectores residenciales más exclusivos: la paleta del urbanismo petrolero estaba conformada por parques, iglesias y servicios comunales, escuelas de calidad, clubes como centros de vida social y de organización de torneos deportivos con instalaciones y atención especializada (los cuales contribuyeron de manera decisiva a la conformación de un notable semillero de atletas en el país), restaurantes, lavanderías, barberías, servicios médicos, tiendas y comisariatos ,estos últimos creados como plan de contingencia en la década de los cuarenta por la Creole y antecesores de los supermercados, los cuales serían también patrocinados por las petroleras”.
Se desmoronó todo
Sin embargo, la realidad de unos campos llenos de vida, organización y bienestar, es cosa del pasado, ya que actualmente lo que los caracteriza es todo lo contrario. La mayoría de las casas están deshabitadas y en total abandono, la maleza se ha apoderado de ellas, las calles están agrietadas y llenas de huecos, no quedan parques, ni clubes, ni servicios, ahora son los campos fantasmas.
Los pocos habitantes que se han quedado comentan con nostalgia lo que eran antes y ahora en lo que se han convertido.
“Antes las casas eran asignadas por un ente en la empresa encargado de esa gestión, los únicos que podían quedarse en las casas eran los jubilados anteriormente había vigilancia que no permitía el paso de cualquier persona, si se dañaba algo, la misma empresa tenía los trabajadores encargados de eso, hasta cuando se te dañaba un bombillo venían a cambiártelo”.
Un señor estrenó una de las casas petroleras en 1957, comenta que todas las casas tenían un cuarto de servicio, sin embargo, eran asignadas por nómina, por ejemplo: casa de soltero tenía un solo cuarto, baño y la cocina. Además, también acotó que antes no tenían cerca, luego se fueron construyendo bajitas hasta que llegó el hampa y se cambió el estilo.
En los campos Pichincha y Campo Rojo de Lagunillas, anteriormente contaban con aseo urbano, vigilancia, comisaría, pintaban las casas todos los años por dentro y por fuera, existían los servicios básicos, realizaban la fumigación, también eventos deportivos y fiestas a los trabajadores.
Los campos se crearon para los trabajadores, de manera que los trabajadores no tenían excusa de faltar al trabajo porque todo les quedaba relativamente cerca, plazas, parques, clubes, entre otros.
“Lo primero que decayó fue el comisariato, el servicio de mantenimiento a las casas y por último los servicios médicos. Uno de los campos más afectados fue Campo Alegría, ya que por el fenómeno de la subsidencia las casas comenzaron a agrietarse, por esta razón crearon los conjuntos organizados como Fabricio Ojeda y dejaron de invertirle a las casas, sin embargo, aún quedan personas que están a su riesgo. Anteriormente la empresa llevaba camiones cargados de piedras rompe olas, eso no se vio más nunca. Las calles ahora deterioradas, llenas de huecos”.
Los habitantes que viven en los campos de Lagunillas tomaron la iniciativa de unirse como comunidad para mantener las áreas en buen estado, pagan el aseo en conjunto, y se ponen de acuerdo para reponer cualquier pérdida, hasta para el transporte, la misma comunidad se organiza, por ejemplo, si quieren el servicio de Intercable, ellos se organizan y le dan el dinero a una persona para que se traslade a Ciudad Ojeda con almuerzo incluído, todo esto con el objetivo de que él se comunique con ese servicio.
Para el servicio del agua se organizan a través de un grupo de WhatsApp, allí tienen el contacto del encargado de abrir las válvulas para saber a qué hora se pondrá el agua. Igualmente, con el tema de seguridad, se informan entre ellos si ven a una persona sospechosa.
El transporte también se convirtió en un problema, con esto de igual forma se organizaron y tienen el contacto de los conductores de los buses, para de esta forma preguntar si ya salió la ruta, por dónde viene, y asimismo poder cancelar este servicio utilizando la banca en línea debido a la escasez de efectivo.
Como todo proceso de cambio en lo social y cultural, al principio, los campos fueron vistos con gran resistencia por parte de una población muy familiera y acostumbrada al ritmo de vida agrícola.
Poco a poco, los trabajadores en sus distintos estratos fueron adaptándose y comprendiendo que todo aquello formaba parte de una nueva concepción de vida más asociada a un tema de la familia laboral que, no solo buscaba el bienestar de sus integrantes sino un apego a la empresa.
Surtió efecto. Los habitantes, no solo adoraban sus campos que eran urbanizaciones o ciudadelas muy similares a los residenciales americanos, sino que sentían un particular orgullo por Pdvsa o por la filial de Pdvsa donde laboraban y ser parte de esa familia les confería cierto prestigio en todo el país.
En la añoranza y el recuerdo de la Zulianidad que disfrutó de la vida en los campos petroleros queda todo aquello que alguna vez tuvieron y que hoy han perdido. Los campos ahora son cementerios y solo queda el recuerdo de lo que una vez llegó a ser un ejemplo de progreso y bienestar.
NAM/María Auxiliadora Sabril/Reportajes Especiales
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