miércoles 26 de junio de 2024

¡TEMERARIA TRAVESÍA! DE MARACAIBO A TEXAS: “El miedo más grande fue cuando de la nada salió un helicóptero y como 10 patrullas” (CAPÍTULO III)

Nuestro migrante “Jerry” cruzó los tres ríos. En este tercer capítulo de su hazaña para cruzar la frontera con su familia a cuestas nos detalla cómo fue ese cruzar de los tres ríos y lo que vivió una vez pisó tierra norteamericana.

Esta es la tercera de cuatro entregas sobre las peripecias de un maracucho ex policía y su familia, aventurados y decididos a superar todas las dificultades por llegar a los Estados Unidos, país que, a su entender, le ofrecerá educación, protección social, calidad de vida y esperanzas a sus hijos. Por ellos, se aventó a esta temeraria ruta.

“Jerry” cruzó frontera por tierra hasta llegar a Ecuador. Fue la primera gran carrera. Una vez en Quito ya tenía los mecanismos activados que lo ayudaron a tomar un vuelo hacia Ciudad de México haciendo escala en Panamá.

En Ciudad de México se contactó con la gente del “coyote” contratado para salvaguardar su vida y la de su familia y para asegurar un trayecto tranquilo hacia Texas.

Fue logrando los desafíos, con sangre fría, con un nudo en la garganta, con mucha nostalgia y botando algunas lágrimas por el largo camino. Cruzar los tres ríos es impactante. Dejemos que sea él quien lo describa.

I

Como te dije, éramos 72. No todos cruzan el mismo día, pero sí una buena parte, yo creo que la mitad. Además, ellos (los coyotes) tienen todo cuadrado, dominan la zona, conocen gente, gendarmes, guardias, en fin. Nosotros salimos aún a oscuras de aquella casa y caminamos un trecho más o menos. Yo iba pendiente, nervioso, con mi carajito de caballito en el hombro…Miraba las calles solitarias de Acuña, sus casas, la gente todavía dormía y poco a poco despuntaba el alba. De repente en tu caminar sientes que ya te alejas del pueblo y te adentras a una zona enmontada. Escuchas a lo lejos el sonido del agua. Un sonido calmo.

Río Bravo es bravo cuando llueve, hace arraso, me contaron, pero por lo general es calmo y no es tan hondo. Cuando llegamos a la orilla mi chamo se puso nervioso ¿Qué fue, papi, que fue, te da miedo el río? Mirá a tu hermanita, ve, ella se metió y el río es bajito papi, yo te llevo aquí de caballito, tranquilo que yo no te voy a dejar caer. Acordate que estamos en la misión, te acordáis que te dije que atravesaríamos tres ríos, que iba ser una aventura bien chévere, bueno, este es el primero, faltan dos… Se calmó y a medida que cruzábamos hasta se quería meter. Me decía que lo soltara, que él podía atravesar caminando, pero yo no lo solté ni por equivocación. Ahí todos somos familia, me refiero todos los migrantes. Hacemos amistad en ese trance, nos quitamos los números, nos conocemos, conversamos, cada quien cuenta su anécdota y por supuesto sale a discusión el tema de Venezuela y el drama que se vive allá, lloramos, nos abrazamos, eso es un sentimiento, chico, que tenéis que vivirlo mi hermano. Cruzamos ese río conversando en voz baja. Los guías nos decían que habláramos lo menos posible o muy bajito y sin darnos cuenta ya estábamos del otro lado. Caminamos un trecho más o menos largo por una maleza bajita y de pronto divisamos el segundo río. Este si era mollejúo.

Aquí si me puse pilas con los muchachos. Un carajo, trochero como yo, maracucho igual, me cargó la carajita, igual de caballito, porque el agua si era honda para ella. Este río era ancho, como de unos 35 metros de ancho y de profundidad casi a mi cintura, también calmo. Lo cruzamos poco a poco por donde nos decían los guías que nos metiéramos. Esa agua estaba halada, muchacho, uno temblaba todo entre el agua y el frío. Yo traté en todo momento de que los chamos no se me mojaran, porque lo peor que te puede pasar en un recorrido así es enfermarte y para ellos no era usual ese clima. Al llegar el río de Texas nos impresionó lo caudaloso.

Este sí tenía una corriente temerosa, pero era bajito, esa era la ventaja. Lo atravesamos rápido y de inmediato caminamos así por un canal y divisamos una rampa que tú la veías como que te iba a caer encima, la trepamos y tuvimos que saltar el portoncito que te dije…No fue tan fácil por los carajitos. Tenéis que darle con cuido, es peligroso. Por lo general siempre hay quien te da la mano.

II

Al saltar el portoncito, el tipo nos dijo, ‘Estamos en Norteamérica. Pero ahora es cuando tienen que saberse manejar. Aquí va pasar algo, ya lo hablamos, no se pongan nerviosos, nada de correr, ni de gritar, ni de ponerse apurados, serenos y tranquilos, nos vamos a ir por este sembradío y pronto llegaremos a la carretera’. Mi esposa y yo nos miramos. Nos miramos todos los que íbamos allí juntos, como uno solo. Comenzamos a caminar por el sembradío de caña de azúcar. Te pegaba ese olorcito a caña sabroso.

A veces soplaba algo de brisa y las plantaciones hacían un ruido. El sol era picante, muy picante y seco. No es un clima húmedo como en Maracaibo. Vos sabéis que en Maracaibo hace un calor terrible, pero es húmedo, que sudáis mucho. Aquí no, aquí no sudáis, pero el sol es picoso, tanto que a veces te entra como comezón en los brazos y tenéis que echarte uña. El sembradío era alto, pero eso ya es un camino de trocha, tan de trocha que ya el caminito por donde uno coge está hecho, son como 10 o 15 metros de camino cansados, ya a ese punto estáis cansado. Cruzar el río es agotador bajo ese sol picoso y con toda la caminata que eso significa. Por fin avistamos a lo lejos la carretera, una carretera larga y fina que se dejaba ver de entre la siembra. No pasaron cinco minutos caminando por esa carretera cuando de la nada escuchamos el ruido de un helicóptero y éste rápidamente se aproximó hacia nosotros y empezó a volar en círculos alrededor nuestro. ¡Tranquilos, tranquilos todos! Nos dijo el guía. Había algunas mujeres que se pusieron nerviosas, pero mantuvimos la calma. De pronto, mi hermano, cuando quisimos ver, ya los coyoteros no estaban por todo eso. Ahí quedamos solos con la policía. La vaina empeoró después cuando comenzaron a llegar esas camionetas de la policía. La patrulla de Camino y la Migra. ¡Santa Madre de Dios, Qué impactante fue eso! Ese es el momento de toda la travesía en el que sentís más miedo. A mí me temblaban las piernas. Yo solo les decía a los míos que se quedaran tranquilos, que no iba a pasar nada. Pero de verdad que sentí un corrientazo, hubo un momento en que me provocó fue salir corriendo sin parar, pero mi fe me sostuvo, ya habíamos transitado un largo camino. Las patrullas llegaron con sus sirenas y luces encendidas, se aparcaron una tras otras en la orilla de la carretera y de ahí bajaron casi al mismo tiempo todos los oficiales.

Comenzaron a a tomar posición, como si era que habían llegado unos carajos armados a enfrentarse con ellos. Luego, cuatro de ellos se nos acercaron y, Hermano, yo quedé asombrado para la gloria de Dios, uno de ellos nos miró y en perfecto inglés nos dijo: ‘Welcome to the United States’ o sea, Bienvenidos a los Estados Unidos. Nadie sabía qué hacer, todos estábamos ahí anonadados y nos mirábamos. Un traductor de ellos nos dijo: ‘Tranquilos, tranquilos, están en nuestras manos, están protegidos por las autoridades de los Estados Unidos, estamos aquí para protegerlos y ayudarlos’ No te imagináis lo aliviado que me sentí, todos en general. Un buque petrolero era lo que teníamos en nuestros hombros, aquello de pronto desapareció ¡Qué alivio, alabado sea Dios, todo sea para su gloria! Yo comencé a agradecerle a Dios, que nos abrió las sendas todo el tiempo y nos protegió y nos cuidó. ¿que si eché otra lágrima? Por supuesto, tenía tantos sentimientos mezclados que era inevitable, todos lloramos y nos abrazamos. Pero aún faltaba un largo protocolo que seguir…”

La peor parte parece haber pasado. Jerry, su familia y sus compañeros “trocheros” llegaron a los Estados Unidos y ya estaban en manos de una policía que, en vez de reprimirlos, parece que estaban ahí para ayudarlos.

¿Quieren saber cómo termina esta historia?, en el último capítulo se sorprenderán.

FINALIZA MAÑANA…

NAM/José Andara Rivas/Ernesto Ríos Blanco