jueves 25 de abril de 2024

#OPINIÓN Una cuestión de fe (Maryclen Stelling)

El desventurado domingo 5 de enero 2020 marca un antes y un después en la historia política reciente de Venezuela.

Espectáculo bufo y  tragicómico montado por ciertos sectores afectos a la oposición, con graves consecuencias para el país.  Profundiza  la confrontación y la polarización, atentando contra las fuerzas sociales despolarizantes. Agrava la fragilidad político-institucional;  exhibe la incoherencia política y  debilidad de los liderazgos y  consolida la complicidad del poder transmedia.

Alimenta el desencanto, el desgaste de ideales y pérdida de valores democráticos. Denuncia el agotamiento de las  reglas que permiten la convivencia ciudadana,  quebranta la facultad de mandar y ser obedecido.   En suma violenta el ejercicio del poder.

Tragedia burlesca, extravagante e irracional,  con escenas ilógicas y actores incoherentes, jugando a héroes y libertadores provistos de  monólogos incomprensibles, en tanto parte del espectáculo. Cual teatro del absurdo,  la tragedia y la angustia se fundieron con lo grotesco, atrapándonos en  un falso dramatismo que  pretendió disfrazarse de legitimidad democrática.

Un solo país y una doble institucionalidad, cada una al servicio de una causa política.    El absurdo del absurdo político-institucional en su máxima expresión.

Evidencia y consagra  ese país bifronte en el que coexisten dos espacios políticos,  dos fuerzas políticas dominantes y dos realidades políticas atrapadas en  mundos paralelos. Monstruo de dos caras o dos frentes que demuele cualquier  posibilidad de convivir e  interactuar. Situación que conduce a una ruptura de reglas, al debilitamiento de un orden y a la  incoherencia político-institucional.

Escenario que, “sin querer queriendo” y en consonancia con la polarización, nos entrampa en  una duplicidad de poderes y conduce a la  desintegración del poder político.

Suerte de enigma político de fe que puede resumirse en un misterio, un solo país y tres poderes dobles. Todo se reduce a un asunto de fe;  a la seguridad o confianza en una persona, cosa, deidad, opinión, mantra; a la palabra que se da, promesa que se hace y goza de  solemnidad o publicidad.  La fe precede al ver y la fe no necesita razones.

Estamos en presencia de una absurda cuestión de fe política o política de la fe que nos aleja del reencuentro, reconocimiento y diálogo.

NAM/Maryclen Stelling