viernes 17 de enero de 2025

#OPINIÓN || Más conectados, ¿Menos Humanos? Una mirada antropológica a la cultura digital|| Julio García

Si bien consideramos que el cambio es una constante en las dinámicas de nuestro planeta ―incluyendo las dinámicas espaciales y socioculturales que implican la vida humana― la resistencia al cambio es una constante en todas las socie[1]dades, culturas e individuos, como si fuese parte de la “naturaleza humana”. Lo que puede considerarse cierto es que la historia de la humanidad ha pisado el acelerador desde hace 250 años, iniciando con la doble revolución industrial y francesa ―según Hobsbawn―, la cual transformó (y sigue transformando) el mundo a una velocidad nunca antes vista, tanto en lo político, económico y tecnológico. Dentro de este binomio de revoluciones, uno de los cambios más recientes es el avance en las tecnologías de la información y comunicación (TIC’s), siendo la masificación del Internet su mayor exponente, lo que conllevó a una transformación digital.

Esta transformación digital implica cambios en nuestras formas de pensar, relacionarnos, generamos interacciones, cómo generamos cultura, en fin, incluyendo nuestras formas de construir nuestras identidades. Marshal McLuhan planteó que “el medio es el mensaje”, sugiere que las plataformas digitales no solo transmiten información, sino también moldean, fundamentalmente, nuestra percepción y comportamientos. Es oportuno recalcar que esta transformación se manifiesta en múltiples niveles. A nivel cognitivo las redes sociales han fomentado lo que podríamos denominar “cultura” de la distracción. Scroll infinito, notificaciones constantes, información por doquier ―una intoxicación― son mecanismos que afectan nuestra capacidad de atención y pensamiento crítico. Los algoritmos, por su parte, crean burbujas informativas que limitan la exposición a perspectivas diversas, lo que contribuye a una polarización social.

Conceptos como habitus y capital cultural, planteados por Pierre Bourdieu, se redefinen en el contexto digital, en donde los “me gusta” y números de seguidores devienen en nuevas formas de capital simbólico; lo cual genera una economía de la atención donde el valor se mide por la validación social más que por el valor del contenido.

Entretanto, Sherry Turkle y Byung-Chul Han señalan que la paradoja de la hiperconexión, aunque estamos constantemente conectados, experimentamos mayor soledad emocional. La presión por el mantenimiento de una presencia digital constante termina resultando en un agotamiento mental y en un tejido de relaciones superficiales. Plataformas como Instagram dejan en evidencia cómo la curación cuidadosa de la identidad digital puede generar conflictos en la autoimagen y autoestima, particularmente de los nativos digitales o la denominada “generación Z”.

La “sociedad red”, descrita por Manuel Castells, ha transformado las estructuras sociales tradicionales, creando nuevas dinámicas de poder y producción. Plataformas como TikTok y YouTube han revolucionado los patrones de atención y aprendizaje, privilegiando el contenido breve y visualmente atractivo sobre la profundidad analítica, es decir, forma sobre contenido.

 El abordaje de estos desafíos requiere el desarrollo de una ética digital que promueva interacciones más significativas y auténticas; que implican el diseño consciente de plataformas que fomenten el pensamiento crítico y la reflexión personal, en tanto se preserva la diversidad cultural en un mundo cada vez más digitalizado.

Diversas estadísticas tienden a mostrar una correlación entre el tiempo dedicado a las redes sociales y problemas de atención, así como bienestar emocional. La metodología de la “descripción densa” propuesta por Clifford Geertz ofrece herramientas para una mejor comprensión de estas dinámicas, lo que permitiría un análisis más profundo de cómo las interacciones digitales construyen y reflejan identidades culturales.

No menos importante, consideramos oportuno recalcar que la tensión entre globalización y preservación de identidades locales representa un desafío continuo en la era digital. Por tanto, se requiere un equilibrio entre la conectividad global y la autenticidad personal, reconociendo que las plataformas digitales, si bien ofrecen oportunidades sin precedentes para la conexión y el intercambio cultural, también pueden contribuir a la homogeneización cultural y el agotamiento social.

Es fundamental el fomento de un uso reflexivo de las redes sociales, y urgente el diseño de espacios digitales que prioricen el bienestar humano en un contexto de transformación digital acelerada. A medida que las tecnologías de la información y comunicación continúan moldeando nuestras vidas, es esencial el reconocimiento de la dualidad de sus efectos: si bien ofrecen oportunidades para la conexión y el intercambio cultural, también presentan desafíos significativos, como la distracción constante, la superficialidad en las relaciones y la polarización social.

La adopción de una ética digital que promueva interacciones significativas y auténticas se vuelve imperativo para la mitigación de estos efectos negativos. Esto implica no solo repensar el diseño de las plataformas digitales para que fomenten el pensamiento crítico y la reflexión personal, sino también preservar la diversidad cultural frente a la homogeneización global. En última instancia el equilibrio entre la conectividad global y la autenticidad personal será crucial para navegar los retos de nuestra era digital, asegurando que las redes sociales sirvan como herramientas que enriquezcan nuestras vidas en lugar de empobrecernos emocionalmente.

NAM/Genslux

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