La Economía es Ciencia, y desde allí deberían partir quienes esgrimen esa palabra como herramienta en el discurso político –o en la diatriba, en la mayoría de las veces- de Venezuela en las últimas décadas. Sólo entonces, a partir de ese reconocimiento, desde ese rigor, respeto y responsabilidad científica, podrá haber un debate lúcido, que trascienda lo panfletario y las rejas ideológicas, para producir soluciones y propuestas que beneficien al país, que es lo realmente importante.
El tema se ha manejado por los líderes políticos de diferentes corrientes con tanta simplicidad e irresponsabilidad, que es imposible poder elaborar una clara distinción o definición de cuáles son los fundamentos que sostiene una u otra posición.
La mayoría de las veces los argumentos y categorías utilizados se reducen a epítetos, a narrativas ajadas sobre “oligarcas” y “socialistas trasnochados”, sin una propuesta seria que defina cuál es el modelo económico que pondrá fin a nuestra condición de subdesarrollo y de pobreza.
La Economía, como Ciencia, trata de las diversas formas en que una comunidad usa e intercambia todos los bienes y servicios necesarios y deseados; de cómo usa los recursos. La economía es la estructura que nos permite vivir, perdurar, y que de alguna manera, condiciona la cultura de una sociedad. Es preciso sacar este tema del pugilato politiquero, y colocarlo en un nivel donde la ciencia, el intelecto, el conocimiento y la defensa de los derechos y beneficios del ciudadano sean los actores fundamentales.
Tenemos como sociedad unas creencias y una narrativa en materia económica que es necesario revisar, decodificar y superar, para poder construir una plataforma cultural que permita y viabilice el desarrollo.
Hay dos comodines que históricamente, en cada proceso electoral, los aspirantes a sustituir al gobierno de turno, y los protagonistas del gobierno en ejercicio, han utilizado para sacudirse la responsabilidad real de las catástrofes o fracasos en el manejo de la economía: la corrupción y mala administración, en el primer caso, y la injerencia de imperios colonialistas, antes el español y ahora al norteamericano.
Bajo estas premisas, unos y otros se sacuden de responsabilidad alguna y permiten a los aspirantes a dirigir el país en cada elección, culpar a terceros y proponerse como los salvadores de la situación. Peor aún, evaden –cada vez con menos éxito- la necesidad de presentar una propuesta científica de cómo vamos a producir riquezas materiales, y a distribuirlas, que sirvan para mejorar nuestras condiciones reales de vida.
Tal tratamiento del tema económico se reduce, con una profundidad no mayor que el papel en que están impresos los planes de desarrollo, a la simple propuesta de que al acabar con la corrupción, y con la voluntad de repartir de mejor manera nuestra supuesta riqueza, todo se resuelve.
Por décadas, hemos absorbido la idea común de que por tener grandes yacimientos y recursos naturales, somos un país rico, y que la situación de pobreza y calamidad que vivimos es responsabilidad de quien administra nuestras riquezas y nosotros somos los perjudicados, sin ninguna responsabilidad propia.
No podemos seguir esperando vivir de la herencia que supuestamente me corresponde por ser venezolanos. Ciertamente, somos un país con muchos recursos naturales que tienen la potencialidad de ser convertidos en riqueza. Pero para ello se requiere trabajo, esfuerzo, inversión de capital, diseño, estrategias, conocimiento, experticia, disciplina, tiempo y mucho esfuerzo, para transformarlos en riqueza material; y nuestra remuneración o participación de ese caudal debe estar en correlación con nuestra participación y esfuerzo en generarlo. No puede ser de otra forma. No existe en el mundo aún, una manera distinta de producir progreso.
Siento que es eso el primer tema a discutir en un alto nivel de responsabilidad, para poder romper con las rémoras culturales y esquemas que tienen efectos perversos sobre nuestro comportamiento como sociedad.
El otro tema que debemos resolver para poder entrar a la construcción compartida de un modelo económico de desarrollo para el país, es el de las reglas del juego político.
Por encima de todo, debe estar el imperio de la ley, como marco o plataforma de juego. El respeto a la propiedad, la libertad plena, son reglas de juego que deben estar perfectamente establecidas y sin ninguna posibilidad de cambio o modificación por caprichos de los jugadores de turno. Sin estas reglas claras y blindadas es imposible la construcción de una verdadera propuesta de desarrollo.
Nadie estará dispuesto a invertir su capital, trabajo y esfuerzo propio, sin la seguridad de que el resultado de su trabajo o inversión le es propio y que puede disponer de él, en las condiciones y manera que él disponga, en concordancia con lo establecido en las leyes.
Son estas condiciones fundamentos centrales, básicos, que se deben resolver, establecer y compartir como sociedad, para luego entrar a la discusión de lo económico en lo concreto.
La Economía tiene sus leyes, sus paradigmas, sus reglas propias, pero se desarrolla dentro de una sociedad con un marco regulatorio externo y un sistema político, que afecta o favorece su desarrollo. Por eso, desde mi interpretación vital, es imperativo y urgente resolver estos temas como elementos condicionantes de cualquier propuesta de desarrollo económico en nuestra querida Venezuela.
En el próximo artículo hablaremos sobre algunas ideas de ese modelo.
NAM/ECON. SALVADOR GONZÁLEZ
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