Recientemente he leído sendos artículos del periodista español Francisco Rubiales,
en el cual plantea que los políticos han intentado, por todos los medios, desplazar al
pueblo de la política y anular su poder en democracia y parecían haberlo logrado,
hasta que llegó la crisis de comienzos del siglo XX y con ella el hartazgo y la
indignación de las masas, un fenómeno de tal potencia que está acorralando a los
políticos y al establishment y que está devolviendo a los ciudadanos el protagonismo
y la capacidad de decidir.
Según Rubiales, el siglo XX pasará a la historia como el siglo del Estado y de los
políticos, en el que los ciudadanos fueron maltratados, utilizados como cemento por
los políticos, despreciados, marginados y masacrados, una «carnicería» popular que
protagonizaron sobre todo los regímenes totalitarios marxista, pero en el que
también participaron, aunque con disimulo e hipocresía, unas democracias que
parecían auténticas pero que resultaron ser falsas y sucias.
Plantea el autor, que la nueva rebelión de las masas se fraguó en el último tercio del
siglo XX, después del mayo francés y de la guerra de Vietnam, pero su estallido se
produjo en los inicios del siglo XXI, espoleada por la crisis económica, por el fracaso
evidente de los políticos tradicionales y por la indignación ante las injusticias,
abusos, corrupción, desigualdad, arrogancia del poder, injusticias y otros vicios, casi
todos ellos genuinos del poder político y de sus aliados de las élites económicas y
financiera.
Para Rubiales, los indignados son un conglomerado variopinto en el que militan
cientos de millones de personas, compuesto por demócratas asqueados de los
abusos del poder, intelectuales disconformes con la sucia deriva del mundo,
desempleados, jóvenes sin futuro ni empleo, clases medias maltratadas y en
proceso de ruina, decepcionados de la política y jubilados con miedo a perder la
pensión, a los que los poderes públicos han arrebatado la tranquilidad y la
esperanza que merecen en su vejez.
Desde su perspectiva “todo ese mundo descontento vota ya en contra de lo que el
poder quiere y espera, con todas sus fuerzas, que el mundo cambie, lo que está
causando a la clase política y a sus protectores del establishment verdaderos
quebraderos de cabeza y hasta pánico. Votar es el único poder que los políticos han
dejado al pueblo en estas democracias prostituidas en las que sólo mandan ellos. Y
el pueblo, consciente de que las urnas son su única baza, las está utilizando para
patear el trasero de la casta corrupta e inútil”.
Considera Rubiales, que el descontento, que crece como un tsunami, se plasma en
votos contra los que mandan, nuevos partidos políticos, auge de los radicalismos,
desprestigio de la clase política, rabia ciudadana y una resistencia que, aunque
difusa e indefinida, va tomando cuerpo y organizándose para cambiar esa política
tradicional que nunca soluciona los problemas, que solo beneficia a los políticos y a
sus amigos y que exprime, explota, margina y desprecia a los ciudadanos, de los
que se sigue diciendo que son los «soberanos» del sistema democrático pero
tratados en realidad como basura por la «casta» de los poderosos.
“Los políticos, a golpe de indecencia, falsedad y corrupción, están acabando con las
democracias, que ha sido el sistema político más prestigioso de la historia. Los
políticos son los grandes culpables del desastre, pero los ciudadanos también, por
no exigirles y controlarles, aunque tienen la excusa de que las democracias se han
hecho tiránicas y han recortado intensamente el poder de los ciudadanos”.
Precisa el autor, que la clase política, transformada en casta, rodeada de políticos
inútiles, tendrá que irse ya que la rebeldía de las masas indignadas, hartas de la
clase política será la fuerza decisiva del siglo XXI, propulsando los ideales de
libertad, de civilización y decencia, convirtiéndose en un símbolo de esperanza ante
la frustración y arrogancia de los gobiernos mediocres, de la ineptocracia política, de
las elites corruptas que han empobrecido países, mafiosos inescrupulosos,
saqueadores de futuro serán desplazados por la ciudadanía que ha entendido que la
política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos.
NV1/Alfonso Hernández Ortíz/Politólogo/Abogado