miércoles 1 de mayo de 2024

#OPINIÓN || ‘Disoñar’ una nueva Venezuela || Antonio Pérez Esclarín

El comienzo de un nuevo año es ocasión propicia para alimentar los sueños y el compromiso de  trabajar duro para que los sueños se conviertan en realidades. Junto al 2022 debe quedar atrás la politiquería que busca el bien individual y de los suyos, las ambiciones egoístas  y los enfrentamientos estériles que impiden la solución de nuestros gravísimos problemas y causan mucho sufrimiento.

El Derecho a soñar no aparece en la Declaración de los Derechos Humanos, pero sin este derecho y sin el agua que da de beber a los otros, todos los demás derechos se morirían de sed. Soñemos que es posible una Venezuela reconciliada y próspera, sin represión y sin  miseria, con un Gobierno democrático elegido mediante elecciones justas y transparentes,  que cumpla y haga cumplir la Constitución y las leyes;  y convirtamos  el sueño en compromiso, en  proyecto, al que dediquemos nuestros esfuerzos  y luchas.

Por ello,  “disoñemos”  una nueva Venezuela, es decir, soñémosla y diseñémosla al mismo tiempo. El sueño, sin proyecto, sin acción comprometida, es pura ilusión. Pero el proyecto sin sueño, sin pasión,  sin capacidad de emocionar,  no moviliza.  En palabras de Paulo Freire, “Si realmente logramos creer en lo que parece  imposible, si logramos multiplicar personas  que crean en ello,  lo que parecía imposible  será la realidad de mañana, la realidad de los sueños realizados”.

Aceptar el sueño de una nueva Venezuela  es  participar en el proceso de su  creación. Perder la capacidad de soñar  es perder el derecho a actuar como ciudadanos, como autores y actores de los cambios necesarios en el ámbito político, económico, social y cultural.

Por eso, los ciudadanos  genuinos  defendemos con tesón el valor de la esperanza, que se arraiga en la fe en el hombre y en la mujer como sujetos de la historia y no renunciamos a soñar y a trabajar por  un país en el que, como  decía Paulo Freire, “la paz se asiente sobre la justicia, un país en  el que nadie  domine  a nadie, nadie robe a nadie, nadie discrimine a nadie, sin ser castigado legalmente.

Un país profundamente democrático que garantice los derechos de todos y celebre la diversidad como riqueza.  Un país en el que el poder y la política  se asienten sobre la ética, pues su tarea es  garantizar las libertades, los derechos y los deberes, la justicia y la equidad”.

Por ello, frente al “Pienso, luego existo” de Descartes y  el “Conquisto, luego soy” de Hernán Cortés, que expresan la dinámica de la modernidad; o  el “Compro, luego existo”,   “Consumo, luego soy”, fundamentos de la postmodernidad,  levantamos  un valiente “Sueño y me comprometo, luego soy” de la esperanza activa.

La esperanza, como  expresaba Ernst Bloch impide  el desaliento, pone alas a la voluntad. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de   luchar.

Pero necesitamos educar la esperanza para superar la ingenuidad y evitar que resbale en la desesperanza y la desesperación. Esperanza que implica la creatividad para inventar  nuevos  caminos, para superar el acomodo y la mediocridad, para no esperar que otros nos resuelvan los  problemas.   

Esperanza tenaz, que no se rinde, y cultiva  el esfuerzo,  la innovación. Esperanza que se alimenta de los  logros alcanzados, pero que implica seguir trabajando  con coraje y con paciencia,  compartiendo los sufrimientos   del pueblo.  Anatole France decía que “Nunca se da tanto como cuando se da esperanza”, y no hay peor ladrón que el que roba los sueños.

NAM/Antonio Pérez Esclarín/Educador 

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