jueves 25 de abril de 2024

#OPINIÓN Dios ama la vida (Antonio Pérez Esclarín)

El Dios de Jesús es un Dios de vivos que ama la vida, y quiere que todos tengamos vida en abundancia.

Por ello, siempre nos invita a combatir los aliados de la muerte como la violencia, las guerras, el egoísmo, la codicia, la corrupción, que ocasionan todos los días miles de muertos. Y en estos momentos donde un virus ha desplegado en todo el mundo sus banderas de enfermedad y muerte, Dios nos invita a amar la vida con pasión. Amar la propia vida y la vida de los demás, ya que todos somos hermanos.

Para amar la vida, debemos aprender a admirarla. Admirar el milagro que se oculta en una mariposa, un pájaro, un niño, un anciano, un rostro surcado de arrugas por el trabajo o el sufrimiento. El amor nos invita a mirar y admirar, a dejarnos envolver y sorprender por la vida, a contemplarla en su misterio, en su fragilidad y su vulnerabilidad. 
Amar la vida es respetarla y protegerla. El amor implica respeto, un respeto sagrado, porque toda vida es sagrada. Respetar es contemplar la vida del otro en su dignidad absoluta e irrenunciable y trabajar siempre, con virus y sin virus, para que esa vida pueda alcanzar su plenitud. Sin respeto a la vida, a toda vida humana, no hay paz, ni pacífica convivencia.
El amor desencadena el agradecimiento. Agradecer el gran regalo de la vida que se nos ha dado sin pedirla ni merecerla y todos los regalos que nos llegaron con ella y seguimos recibiendo sin cesar. En estos días de obligada encerrona, deberíamos valorar y aprender a disfrutar todos los regalos que recibimos cada día: Los destellos del amanecer, el aroma del café, la caricia de la brisa y de la lluvia, los besos de las flores, el cariño de los familiares y amigos, la palabra, la risa, los alimentos, el agua, el sueño, los libros, la música, los aparatos electrónicos que nos distraen y nos permiten conversar con los familiares y amigos que están lejos… Agradecer especialmente a todo el personal sanitario que está combatiendo el virus en primera fila, arriesgando sus propias vidas.
Agradecer también a todos los que, con su trabajo, posibilitan que podamos seguir viviendo. Y agradecer a todas las personas solidarias que en estos días derrochan atenciones y cariño.  Amar la vida es curarla: curar las heridas del cuerpo y del alma, la enfermedad y el sufrimiento.
Acompañar a los enfermos, a los que sufren y están asustados, a los que han perdido a familiares queridos, a quienes ya no encuentran motivos para seguir viviendo. Amar la vida es sembrar esperanza y la vida curar las heridas del cuerpo y también las del alma como la tristeza, la depresión y el miedo. Ser capaces de dar razones para luchar, sufrir y vivir.
Amar la vida es entregarla. Nos dieron la vida para darla, para defender cualquier vida amenazada, para vivir como un regalo a los demás. En estos momentos de incertidumbre y angustia, podemos ayudar a detener el virus o fortalecer lo, podemos ser amenaza o salvación, encerrarnos en nuestro egoísmo o fortalecer la esperanza y la vida.
NAM/Antonio Pérez Esclarín