viernes 29 de marzo de 2024

#OPINIÓN ‘De la guerra y otros demonios’ (Salvador González)

El siglo XXI despertó con los avances científicos sobre el genoma humano, en la búsqueda de curas a enfermedades diversas. Pero uno de los hallazgos más sorprendentes y pedagógicos ha sido la similitud en el ADN que los humanos compartimos con animales como el cerdo, jabalí, el perro y hasta la mosca de la fruta. Y qué decir entre la población mundial.
Resulta que todas las personas compartimos el 99,9% del genoma, el material contentivo de la información hereditaria en los humanos y casi todos los demás organismos. Los científicos nos citan un ejemplo ilustrativo: Si el código genético humano fuera un libro, este tendría unas 262.000 páginas, pero solo 500 diferirían entre cada persona.
Así que la ciencia viene ratificando lo absurdo y falso que es el supremacismo en cualquiera de sus expresiones; pero además, nos da una clara demostración de que no pertenecemos a ningún lugar en exclusiva, sino a todos al mismo tiempo. Que somos seres universales y que nuestro espacio, ése que habitamos en un momento determinado, también es parte de ese Universo al que realmente pertenecemos.
Si interpretáramos e internalizáramos de esta forma nuestra relación con el espacio, y con los demás seres vivos, no existirían guerras y la conservación y protección del ambiente serían una conducta habitual.
Pero nos empeñamos en reducirnos a un pequeño ámbito y desconectarnos del resto del Universo. Veo a inteligentes personas aferrarse a creencias de tinte supremacista -esa limitación mental que considera a una sociedad, raza o agrupación superior a todas las que le rodean- y que están convencidos de que sus pueblos, ciudades o países son los mejores del mundo. Cuando aseguramos que nuestro gentilicio es el mejor, inconscientemente estamos sembrando la semilla de esos nacionalismos absurdos que, en muchos casos, terminan siendo utilizados para crear conflictos bélicos y conductas fóbicas contra el resto de los seres.
Toda guerra es absurda, toda guerra debe ser repudiada y rechazada. Siempre habrá quienes esgriman alguna razón para pretender justificarla, pero la única forma de cerrar el paso a esa tentación es mirarnos y reconocernos como seres del mundo, del Universo; más allá de la Tierra, insisto: del Universo.
Pero resulta que en pleno siglo XXI, estamos reforzando las fronteras, construyendo muros físicos y barreras legales para restringir la movilidad de las personas entre las líneas limítrofes que artificialmente ha creado el hombre. Líneas que se mueven según el poderío económico y militar de los estados, en función de las apetencias descontroladas y los egos distorsionados.
Es asombroso pensar que lo único que detiene la posibilidad de una guerra mundial en estos tiempos, es la capacidad destructiva de las armas con que cuentan los países potencias. No es la humanización, no es la racionalidad, no es la espiritualidad, lo que detiene a la barbarie, sino que al contrario, es la barbarie lo que condiciona a la humanidad.
El mundo al revés, como dicen por ahí.

@gonsalvador

 

NAM/Salvador González


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