miércoles 11 de diciembre de 2024

#OPINIÓN || «Adviento, tiempo para fortalecer la esperanza» (Antonio Pérez Esclarín)

¡Ya se acerca Navidad! Ya está a punto de llegar Jesús, el Libertador,  la raíz y el impulso de nuestra esperanza. No son tiempos  de claudicación, de  pesimismo, de tristeza.  ¡Arriba los corazones!   Son tiempos de creer, de esperar y de comprometerse. La esperanza es sostén y fuerza para seguir  adelante sin que nos agobien los problemas y las   dificultades.  

La esperanza  impide la angustia y el desaliento, pone alas a la voluntad, se orienta hacia  la vida. . La esperanza se opone con fuerza a la resignación y el acomodo,  que son  una deserción en la tarea de construir un país mejor. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de vivir y de luchar. La desesperanza es falta de fe y falta de fortaleza que hunden al alma en el pesimismo e impiden comprometerse  en la construcción del futuro.

Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar la esperanza de un mundo justo y fraternal. Por ello, sus seguidores debemos ser los militantes de la esperanza. Una esperanza activa, que se convierte en compromiso y esfuerzo por cambiar a Venezuela y superar los problemas que la agobian.

¡Otra Venezuela es posible y vamos a lograrla sin recurrir a la violencia! Pero necesitamos educar la esperanza, para superar la ingenuidad y evitar que resbale hacia la desesperanza y la desesperación.

Tan negativo es el discurso fatalista, inmovilizador, que renuncia a los sueños y niega la vocación histórica de los seres humanos,  como el discurso meramente voluntarista, que confunde el cambio con  la proclama del cambio, sin considerar si las prácticas son coherentes con los discursos, o si los deseos son realistas y posibles.

Por ello, necesitamos  de una esperanza crítica, no ingenua, que necesita del compromiso, del testimonio coherente, de liderazgos de servicio,   y del trabajo eficaz de cada vez más personas para  lograr los objetivos liberadores y empezar a enrumbar a Venezuela por los caminos de la reconciliación, de la prosperidad y de la paz.

De ahí que la vida debe testimoniar las proclamas y las meras buenas intenciones.  No será  posible una Venezuela fraternal, con prácticas discriminatorias y excluyentes;  no será posible la unión con prácticas egoístas y divisionistas; no será posible la paz si seguimos sembrando las ofensas, la represión y la violencia.

Tenemos que estar claros en que los que disfrutan de la actual situación buscarán  mantenerla  a toda costa y harán todo lo posible por impedir el cambio. De ahí la necesidad de sumar voluntades para forzar el cambio mediante elecciones equitativas y justas.

A pesar de las dificultades y problemas, Jesús,  el Libertador, el poeta de la misericordia y el perdón, el amigo de los pobres y menesterosos,  enemigo de toda dominación, engaño y opresión,  viene, sigue viniendo.

Viene sencillo y humilde, sin lujos ni boato, pobre entre los pobres, con el único poder del servicio. Viene con un mensaje de amor y de paz. Viene a robustecer nuestra fe y llenarnos de alegría. Viene a mostrarnos que la verdadera grandeza está en lo sencillo, lo humilde, lo pequeño.

Viene a enseñarnos que toda palaba auténtica nace del silencio y  que solo es verdadera si es caricia, aliento, puente. Esperarlo en adviento y luego recibirlo en navidad es comprometerse a construir con Él una Venezuela en la que  nadie pase hambre, muera por falta de medicinas o tenga que marcharse porque no encuentra aquí posibilidades de vida digna.

NAM/Opinión/Antonio Pérez Esclarín

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