miércoles 24 de abril de 2024

¡NUEVO COMIENZO! Meghan Markle, una princesa americana

A los siete años, Meghan Markle tuvo que responder a un cuestionario en la escuela y, bajo la pregunta sobre su origen étnico, vio que no había casilla para mulatas. Su profesora le sugirió que marcara la casilla de “blanca”, pues tenía la piel más bien clara. Pero ella prefirió no rellenar ninguna. Cuando se lo contó a su padre al volver a casa, este le aconsejó que, si le volvía a ocurrir, dibujara su propia casilla. Y eso es lo que ha hecho Markle toda su vida: no conformarse con los límites que se le imponen y dibujar su propio camino.

“De esclavos del algodón a realeza, ¡eso sí que es movilidad social!”, tituló The Daily Mail tras el anuncio de su compromiso con el príncipe Enrique. Los genealogistas, gremio para el que cada noviazgo real constituye un goloso desafío, trazaron la línea materna de Meghan Markle hasta un campo de algodón del sur de Estados Unidos. Por las venas de su descendencia, si la tiene, correrá sangre de reyes y de esclavos.

Es mestiza. Divorciada. Recibió una educación católica. Ha salido en la televisión, como actriz, esnifando cocaína y practicando sexo en el almacén de una oficina. Es estadounidense, y a su última compatriota que osó acercarse a la familia real, Wallis Simpson, solo se le permitió entrar en el castillo de Windsor metida en su ataúd, para ser enterrada al lado de su marido, Eduardo VIII.

Todo ello, sí, muestra lo mucho que ha cambiado la monarquía británica durante el reinado de Isabel II. Pero, una vez asimilados los titulares bombásticos, lo que de verdad diferencia a Meghan Markle de otras históricas incorporaciones al núcleo duro de la familia real británica es la dote con la que se presenta a las puertas de palacio: un perfil público propio y casi dos millones de seguidores en Instagram.

«Curiosidad insaciable»

La historia de la princesa americana empezó donde tenía que empezar, en la ciudad de los sueños, Los Ángeles, donde Markle nació en 1981. Sus padres se conocieron en el rodaje de una popular serie de televisión. Él, caucásico, divorciado y padre de dos hijos, era director de iluminación; ella, afroamericana, 12 años menor, era asistente de maquillaje, aunque luego se convertiría en instructora de yoga y trabajadora social. El matrimonio se rompió dos años después de nacer Meghan.

Su vocación como actriz, fraguada en las visitas a los platós donde rodaba su padre, fue tan precoz como su activismo feminista. A los 11 años, cuando estudiaba anuncios de televisión para un trabajo de ciencias sociales, le enfureció un eslogan de un lavavajillas que decía: “Las mujeres pelean contra sartenes y ollas grasientas”. La pequeña decidió escribir una carta al director de Procter & Gamble pidiéndole que retirara el anuncio. Un mes después, el eslogan cambió de “las mujeres” a “la gente”, y Meghan comprendió el impacto que pueden tener las acciones individuales.

Estudió en la universidad teatro y relaciones internacionales y, en 2011, entró en Suits, la serie de abogados que le proporcionó el papel de su vida y un nuevo hogar en Toronto (Canadá). Ese mismo año se casó con su novio, el productor Trevor Engelson, de quien se divorciaría dos años después. En paralelo a su éxito discurrió su trabajo humanitario: ha sido representante de ONU Mujeres y de otras organizaciones dedicadas a luchar por la igualdad.

En 2014 empezó a escribir su popular blog de estilo de vida, en el que daba rienda suelta a su “curiosidad insaciable”. Lo llamó The Tig, en honor al vino italiano Tignanello. Probar aquel chianti, escribió en su blog, le hizo comprender que el vino es mucho más que una simple bebida alcohólica. A partir de entonces, explicó, cada nuevo descubrimiento se convertiría en un momento Tig. En invierno de 2017, cuando se comprometió con Enrique y tuvo su gran momento Tig, Meghan Markle lo dejó todo.

Su matrimonio con el príncipe Enrique supone un nuevo comienzo. Ella ya ha dejado claro que no está ahí para servir de adorno. “Nunca he querido ser una dama que solo almuerza”, escribió en su blog, “siempre he querido ser una mujer que trabaja”. Tendrá que integrar sus causas, acaso demasiado políticas para lo deseable en la familia real, en la estructura filantrópica que su marido comparte con los duques de Cambridge.

La realeza británica, una institución con un prodigioso sentido de la autoconservación, recibirá renovado vigor con la incorporación de Markle. Proporcionará un elemento de diversidad en el Reino Unido del Brexit. Aportará calidez a los gélidos pasillos del palacio de Buckingham.

Como ha podido comprobar en las últimas semanas, en que cada prenda que luce colapsa los pedidos de la marca, Markle gozará de una influencia única. También ha podido constatar que el reverso es una cesión de privacidad, de la suya propia y la de su familia, que ni siquiera una actriz de éxito conoce. Podrá agitar los barrotes de la jaula de oro, sí, pero puede irse olvidando de romperlos.

Meghan Markle tiene hoy la misma edad a la que murió Diana de Gales, la madre de su futuro marido. Nunca desde Diana un miembro de la familia real había despertado tanto interés entre la gente joven. Su vocación solidaria y su capacidad de empatía hacen que su nombre salga a menudo en las comparaciones. Pero la que habría sido su nuera es una persona bien distinta.

Markle, que nació apenas una semana después de que Diana se casara con el príncipe de Gales, lleva años desenvolviéndose ante las cámaras. Tiene un equilibrio y una confianza en sí misma de los que carecía la joven princesa de Gales. “De alguna manera, la preparada Markle es la mujer en la que Diana siempre luchó por convertirse”, escribe Andrew Morton, biógrafo de ambas.

Su verdadero poder reside, más que en sus circunstancias, en sus valores. Representa para una generación de jóvenes la idea de que puedes conseguirlo todo aunque el mundo te diga lo contrario. Que no tienes por qué elegir entre las casillas que te ofrece la sociedad, sino que puedes dibujar la tuya propia.

NAM/El País