jueves 25 de abril de 2024

¡EXPLICACIÓN CIENTÍFICA! Beber alcohol no mejora el ánimo, intensifica la tristeza

¿Qué fue antes, la depresión o la adicción al alcohol? Sea uno u otro, lo que sabemos es que tanto este estado de ánimo como esta droga retroalimentan sus efectos, haciéndonos sentir que tenemos muy poca energía y que hay muy pocos elementos a nuestro alrededor que merezcan la pena.

Beber alcohol no mejora el ánimo; en realidad, pasado un primer momento en el que anestesia muchas de nuestras inhibiciones, nos vuelve más nostálgicos, aumentando la sensación de pérdida y nublando la esperanza que pueda dibujarse en el futuro.

Así, y a pesar de que nos parezca normal recurrir a esa copa o a esas cervezas mientras socializamos, esa sensación de euforia y desinhibición es tan breve como efímera. Es más, los científicos dudan incluso de que beber traiga una sensación de alegría real a corto plazo.

En la actualidad, un buen número de personas (no solo jóvenes) consumen una gran cantidad de alcohol los fines de semana. Paralelo a este aumento, estamos siendo testigos del aumento de otros índices asociados con la ansiedad y la depresión. Es una sombra silenciosa, pero latente, que altera, poco a poco, el bienestar del día a día.

Nuestra sociedad sigue alimentando falsos mitos e ideas distorsionadas, como el clásico mito de que “beber ahoga las penas”. Cuando lo que hace en todos los casos, es alterar una serie de mecanismos cerebrales, actuando, de manera momentánea, como un sedante.

Ningún problema se olvida estando bajo ese estado, ninguna pena se disipa por completo combinándola con alcohol.

La literatura científica nos dice que cuanto más bebe una persona, más probable es que desarrolle una depresión mayor.

Hombre con un vaso de alcohol simbolizando que beber alcohol no mejora el ánimo

Muchas personas intentan hacer frente a las penas de la vida, como los duelos o la falta de empleo, con alcohol.

 

Si beber alcohol no mejora el ánimo, ¿qué hace?

El alcohol es un depresor. Esta es la primera idea con la que deberíamos quedarnos. El problema es que su consumo está vinculado, sobre todo, a situaciones ocio y distensión. Los adolescentes se adentran en este mundo por presión social: “si todos lo hacen… ¿Por qué no hacerlo yo?”. Casi sin darse cuenta, terminan por no concebir el acto de salir y reunirse entre ellos si no hay una copa de por medio.

Algo similar sucede en buena parte de las mentalidades de esas personas que, ante un desafío vital, acuden al alcohol como refugio. Basta con tener un mal día, con haber perdido a un ser querido o lidiar con el desempleo para buscar el consuelo de la botella. Asumir que la tristeza se diluye con el alcohol es una ideal del todo errónea que la ciencia lleva demostrándonos hace años.

Algo que debemos reformular en nuestro ideario popular es que, en realidad, beber alcohol agrava los sentimientos de pesadumbre. No solo nos hace sentir peor, sino que nos acerca a un abismo en el que podemos acabar perdiendo el control de nuestra realidad. Es más, a menudo puede actuar como catalizador de más de un trastorno mental.

El alcohol, un sedante de doble filo

Decía Humprey Bogart que no se fiaba de nadie que no bebiera, y que la mayoría de las personas lleva, como mínimo, tres copas de retraso. Es evidente que nuestra cultura ha construido una pátina de equivocado glamour alrededor del alcohol bastante equivocado.

Lo normalizamos de tal modo, que no nos llama la atención, por ejemplo, que buena parte de los actores de las series y películas norteamericanas casi siempre lleven una copa en la mano. Se asume que casi todo el mundo hace un uso funcional del alcohol. Recurrir al alcohol en cantidades bajas tiene, ciertamente, un efecto sedante y si nos anima es por sus mecanismos inhibitorios sobre el cerebro.

No es que beber nos genere una felicidad o alegría real, sino que alivia el estrés, nos vuelve más extrovertidos y facilita la conexión social. Sin embargo, la cosa cambia cuando el consumo pasa de ser funcional a disfuncional. Beber en grandes cantidades eleva la preocupación, la baja sensación de control y las emociones de valencia negativa.

Las personas que sufren de depresión y no lo saben tienen más probabilidades de volverse dependientes del alcohol.

Alcohol y depresión, la misma cara de una moneda

Beber alcohol no mejora el ánimo, sino que lo empeora. Una investigación de la Universidad de Nairobi, en Kenia, afirma que la prevalencia de depresión entre las personas dependientes del alcohol es del 63,8 %. Muy elevada, como podemos deducir.

Sin embargo, algo que nos señalan también es que no es fácil determinar qué fue primero: la depresión o el alcoholismo. Hay una línea tan fina que es casi imposible saber qué fue antes, el huevo o la gallina. Muchas veces estamos ante pacientes frustrados (por temas laborales o personales) que recurren no solo a la bebida como mecanismo de escape, también a la automedicación.

Y los efectos son evidentes:

  • Falta de energía y agotamiento persistente.
  • Sensación de inutilidad.
  • Problemas de memoria y concentración.
  • Desesperanza, negatividad.
  • Baja autoestima.
  • Irritabilidad.
  • Problemas para tomar decisiones.
  • Sentimientos de culpa, inutilidad o impotencia.
  • Insomnio o sueño excesivo.
  • Comer en exceso o pérdida del apetito
  • Síntomas psicosomáticos como problemas estomacales y digestivos, cefaleas, etc.

Asimismo, y no menos importante, ante este cuadro de malestar emocional, es común que busquen tener acceso a los psicofármacos y los consuman sin prescripción médica. Algo altamente peligroso y con serias consecuencias.

El consumo de alcohol con psicofármacos es contraproducente y nunca debemos recurrir a los ansiolíticos o antidepresivos sin una recomendación y pauta médica.

Cerebro con agujeros por el alcohol

El alcohol tiene serios efectos sobre nuestro cerebro.

¿Qué podemos hacer?

Hay quien ya no concibe el fin de semana sin consumir altas cantidades de alcohol. Más tarde, durante la semana, solo experimenta agotamiento, malestar e irritabilidad. Es más, en los últimos años, estamos viendo que aparece con mayor frecuencia la ebriorexia. Consiste en dejar de comer los fines de semana con el único fin de beber alcohol y que su efecto sea más intenso.

¿Qué podemos hacer ante estas situaciones? La educación sería algo esencial. Entender que beber alcohol no mejora el ánimo, sino que lo recrudece sería un mensaje con el que debería educarse a los niños desde bien pequeños. No obstante, es evidente que nuestro mundo vincula el consumo del alcohol al ocio, a la conexión social y a la distensión.

En caso de llevar una época lidiando con sentimientos de desesperanza, inutilidad, no dudemos en hablarlo con un profesional especializado. Buscar el refugio del alcohol solo hará que esa depresión latente, derive en una depresión mayor. Por otro lado, si nuestro consumo en este tipo de bebidas escapa a nuestro control, no lo dejemos pasar. Hablemos con nuestro médico de atención primaria.

Al contrario de lo que dijo Bogart, de quien sí debemos fiarnos es de quien no consume alcohol y tiene pleno control de su vida. Esa es la clave del bienestar.

 

NAM/Lamenteesmaravillosa

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