La semana pasada hablamos del silencio que, aunque a veces se usa para no incomodar, termina por romper la confianza en los vínculos. Hoy quiero hablar de algo igual de importante: cómo empezar a reconstruirla. Y sí, es un proceso… pero uno que comienza en uno mismo.
Porque cuando alguien rompe tu confianza, no solo se rompe la relación. Se fractura algo más profundo: tu forma de mirar al otro, tu sensación de seguridad… y muchas veces, tu forma de mirarte a ti.
Por eso cuesta volver a confiar, aunque te pidan perdón, aunque todo se haya dicho, aunque el otro cambie. Porque muchas veces, el obstáculo ya no es el otro: es el miedo que te quedó.
Miedo a que vuelva a pasar. A parecer ingenuo. A mostrarte vulnerable otra vez. A abrirte… y que te vuelvan a cerrar la puerta.
Y del otro lado también hay silencios. Cuando tú fuiste quien falló, no siempre sabes cómo volver a mirar a los ojos. A veces te paraliza la culpa, o el orgullo, o el miedo a que ya no te quieran de vuelta. Y entonces te alejas, esperando que el tiempo lo acomode todo. Pero el tiempo solo ordena lo que uno se atreve a mirar.
La confianza rota no se repara con palabras bonitas. Se repara con acciones consistentes, con humildad, con tiempo… y con el coraje de atravesar la incomodidad.
Porque reconstruir la confianza no es decir “ya fue”, sino animarse a decir: “Me dolió, pero quiero entender” o “La cagué, pero quiero hacerlo distinto”.
¿Y si no sabes por dónde empezar? No empieces hablando. Empieza escuchándote. Tu miedo. Tu dolor. Tu deseo de sanar.
La confianza no es un lugar al que se regresa. Es un puente que se vuelve a construir. Ladrillo por ladrillo. Más despacio, pero con más verdad.
NAM/Laura la Rosa Colmenarez
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