Si herimos sin intención aparece la “culpa”, si nos hacen daño en el fondo sentimos culpa porque creemos que pudimos haberlo evitado. En muchos de los casos aparece un monstruo más gigante y doloroso: «la culpa» y uno de los desafíos más complejos: «El autoperdón».
Cuando crees que una persona te hace daño y te pide perdón, si lo hace con honestidad, con ese propósito de enmienda sobre la falta, creo que hace menos complejo que elijas perdonarle.
Pero, ¿Qué pasa cuando eso no ocurre? La mayoría de las veces nos quedamos pegados en el proceso aun sabiendo que no es posible controlar las acciones de otras personas, es decir, jamás podremos controlar lo que los otros hacen o sienten. Únicamente tenemos control sobre nosotros mismos, sobre nuestras acciones y elecciones.
Muchas veces puede resultar más sencillo perdonar a otros que perdonarse a uno mismo, ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué en ocasiones somos inflexibles para juzgar nuestros propios actos? El perdón a uno mismo implica cambiar la interpretación sobre situaciones dolorosas del pasado donde nos sentimos culpables.
Cada vez que vemos lo que pasó poniendo en centro lo que debimos hacer, alargamos el proceso de culpa, vergüenza y arrepentimiento.
El pasado es factico, no es posible cambiarlo por más doloroso que sea o entender que no es posible cambiar el resultado; pero sí elegir qué hacer con ello. Lo que hiciste fue lo que pudiste y supiste hacer en ese momento y de alguna forma también constituyó el ser que eres hoy.
Aceptar requiere ese autoperdón para lograr una relación mucho más sana, liviana y humana con un pasado doloroso y eso es fundamental para reconocer y valorar nuestros cambios y nuestro crecimiento personal.
