viernes 19 de abril de 2024

¡EL CALOR NO AFECTA! El embalsamador de Franco: “Tengo la confianza de que el cuerpo esté bien”

“Tengo la confianza de que hicimos un buen trabajo y que el cuerpo esté bien, más allá de estar deshidratado y momificado”. Francisco Francolleva más de 40 años enterrado en el Valle de los Caídos, en la sierra de Guadarrama, a apenas 10 kilómetros al norte del Monasterio de El Escorial.

Sus horas en esa ubicación, sin embargo, parecen contadas después de que el Gobierno de Pedro Sánchez anunciara a finales de su junio su intención de exhumar los restos para trasladarlos a otro espacio, aplicando un mandato que el Congreso aprobó en mayo de 2017.

La decisión ya ha provocado las primeras protestas de la extrema derecha, que este fin de semana congregó a unos cientos de personas, brazo en alto, en el conjunto monumental. ¿Y cómo estará el cuerpo momificado del dictador tras tantos años? El forense Antonio Piga, la única de las cuatro personas que participaron en el embalsamamiento de Franco que sigue con vida, cuenta a La Vanguardia sus impresiones.

Es indiferente si sacan el cuerpo de Franco en verano o en invierno

“No sé si llegarán a abrir el ataúd (para moverle de lugar), porque la tapa interna metálica tiene una mirilla para ver el interior”, desvela el médico que en 1975 tenía 36 años. Allí sigue Franco, dentro de una doble caja metálica y de madera, con su uniforme y sus medallas.

El calor parece que es uno de los motivos –junto a dificultades jurídicas y la lenta negociación con la familia- que están retrasando la operación. Aún así, Piga sostiene que las altas temperaturas no perjudicaría los trabajos de exhumación del cuerpo. “Creo que no afecta. La humedad exterior es el peor enemigo, pero diría que (el cuerpo de Francisco Franco) está en un ambiente seco. Por eso entiendo que es irrelevante si lo sacan en verano o en invierno”, concluye el experto.

Una historia que comenzó en 1975

A las 23:30 recibió la primera llamada. “Antonio, hay que estar preparados”, le comentó brevemente Vicente Pozuelo, responsable del equipo médico que atendía a Franco. La segunda comunicación fue apenas media hora después, justo en la medianoche del 19 de noviembre de 1975. El dictador había fallecido. “Nos enviaron un coche oficial para desplazarnos hasta el Hospital de La Paz, donde Franco hacía días que estaba ingresado”, recuerda el forense. El operativo, sin embargo, hacía un mes que había comenzado.

El origen hay que buscarlo poco después del 15 de octubre, el día en que Franco sufrió un infarto de miocardio. “Pozuelo vino a mi despacho. Quería hablar con mi padre pero la prensa le tenía muy vigilado y consideró que era mejor hablar conmigo -ambos trabajaban en el mismo hospital- y que yo le transmitiera el mensaje”, apunta.

Bonifacio Piga, el padre de Antonio, era catedrático de Medicina Legal y Toxicología en la Universidad de Madrid y uno de los principales forenses del país. “Franco estaba muy mal y Pozuelo quería que, en el máximo secreto, iniciásemos los preparativos cuando falleciera”, explica Antonio a La Vanguardia.

Nadie sabía exactamente cuándo iba a morir, aunque su estado era muy grave. Fue sometido a varias intervenciones, una de ellas de urgencia, en el propio Palacio de El Pardo. “Estaba muy grave porque el infarto era muy amplio. Aunque hubiera sobrevivido, su discapacidad hubiese sido enorme porque el corazón ya no tenía fuerza”, señala Piga.

La normativa española contempla que los cuerpos sean embalsamadoscuando tiene que ser trasladados (en avión a otro país, por ejemplo) o cuando el cadáver va a ser enterrado, en el propio territorio, más de 48 horas después de la defunción. “En el caso de Franco, ya estaba previsto que se expondría en una capilla ardiente”, asegura el forense ya jubilado que ahora roza los 80 años.

Antonio Piga y su padre aceptaron el encargo e iniciaron los preparativos. “En el Instituto Anatómico Forense teníamos todo el equipo necesario. Pero el proceso no iba a ser allí, sino en el hospital de La Paz, donde trabajaba el Marqués de Villaverde (yerno del dictador). Por eso tuvimos que obtener todos los líquidos y, sobre todo, una bomba de inyección”, afirma.

El material lo consiguieron “en tres o cuatro días” y se guardó en dos grandes maletas que se pasaron varias semanas en el maletero de un Citröen GS. “Tenía miedo de que me lo robaran, así que no lo saqué del garaje en un mes”, recuerda. Aunque, eso sí, lo arrancaba de vez en cuando para no encontrarse con problemas de batería en el momento en que tuvieran que salir corriendo.

Ese momento fue la noche del 19 de noviembre de 1975. “Llegó el coche oficial con un militar al volante y salimos para el hospital repartidos en los dos coches”, explica Antonio. Al llegar a La Paz, la entrada principal estaba llena de gente. “Yo no quería salir en los periódicos del día siguiente, así que dimos la vuelta al edificio y entramos por detrás, por un sitio de carga y descarga, sin llamar la atención”, añade.

Subieron hasta una de las habitaciones de la sección de rehabilitación y entraron. En su interior apenas había nada. “Estaba prácticamente vacía. Lo único que había era una camilla con el cuerpo de Franco, desnudo y cubierto con una sábana. No sabemos exactamente cuando falleció, pero no era algo que acabara de pasar (aunque la versión oficial siempre ha sostenido que murió el 20-N)”, recuerda el médico forense. Junto a su padre y los doctores Modesto Martínez-Piñeiro y Haro Espín se pusieron manos a la obra.

Antonio coordinaba el grupo. “Por eso creo que recuerdo tan bien los detalles”, señala. “El cuerpo estaba mal. Había sido sometido a varias intervenciones y además venía de una enfermedad larga y dura. Modestamente, creo que le dejamos con un aspecto mejor del que tenía”, apunta. Optaron por un proceso de embalsamamiento tradicional.

Un proceso integral, como los que se han usado a lo largo de la historia para conservar los cuerpos de Eva Perón, Lenin o Ho Chi Min, supone sustituir todos los líquidos por parafina, extraer las vísceras, vaciar el cráneo, taponar los orificios, inyectar conservantes… y requiere casi tres meses. “Nosotros empezamos a las 00:30 horas y acabamos alrededor de las 5 de la madrugada”, dice.

“Utilizamos hasta cinco litros de una solución de formaldehído, alcohol y agua para conservar el cuerpo. El líquido se va extendiendo lentamente y va endureciendo y momificando los tejidos. Se seca la piel, los músculos y las sustancias blandas. Y también cuidamos un poco el aspecto estético exterior”, señala.

Pero eso no lo hicieron en el hospital. Una vez acabada la parte principal del embalsamamiento, se fueron junto al cadáver hasta el Palacio de El Pardo, donde se celebró una misa íntima con Carmen Polo, la viuda del dictador, al frente. “Teníamos que acabar de poner el maquillaje. Era importante para que lo pudiera captar la televisión. Pero teníamos que saber qué luz había en ese otro espacio”, asegura.

Su trabajo, sin embargo, no acabó ahí. “Unos días después nos llamaron porque le salió una gota de condensación en la cara”, rememora Antonio Piga. “Los líquidos con los que trabajamos eran volátiles y como los focos -de la capilla ardiente- daban calor, se estaban evaporando”, afirma. Solucionado el problema, solo faltaba enterrar a Francisco Franco.

“Lo pusieron dentro de una caja de zinc que, a su vez, iba en otra de madera. Querían que estuviéramos presentes para darles algún consejo para evitar hongos y otras cosas así”, cuenta. De eso hace ya 43 años y ahora que el Gobierno ha anunciado que exhumará el cuerpo para trasladarlo desde el Valle de los Caídos a otra ubicación, nadie se ha puesto en contacto con Antonio.

La Vanguardia