viernes 26 de abril de 2024

¡EFEMÉRIDES! #16Ago Hace 41 años muere Elvis Presley

El 16 de agosto de 1977, la muerte de Elvis Presley, de 42 años, estremeció el mundo. Miles de seguidores se agolparon en su mansión Graceland, en Memphis (EEUU), mientras las líneas telefónicas se colapsaban en la ciudad y las floristerías se quedaban sin género. Muchas emisoras del planeta dedicaron los siguientes días a pinchar nada más que su música.

Aunque en cierto modo esperada, era como si nadie diera crédito a la desaparición de esta suerte de hijo predilecto a quien habían visto convertirse en la primera estrella del rock and roll (y uno de los mayores personajes del siglo XX) y desmoronarse.

Los últimos cuatro años en la vida de Elvis -más o menos desde que su divorcio de Priscilla se hizo efectivo, en octubre de 1973- habían sido una constante caída libre. Estaba descontrolado, perdido en su propia burbuja. Como describe con detalle Peter Guralnick en Elvis Presley: la destrucción del hombre (el segundo de los volúmenes de su biografía, editada en 1999 y en España en 2008), cuando no se encontraba inmerso en una de sus constantes giras o derrochando dinero en joyas y coches para sus amigos, se quedaba encerrado en su habitación, durmiendo o leyendo libros de numerología y espiritualidad.

Vivía rodeado de un séquito de familiares, colegas, guardaespaldas y asistentes -muchos de los cuales formaban parte de la conocida como Memphis Mafia-, entre los que había celos y rencillas por acaparar sus atenciones y regalos.

 

Las ventas de sus discos habían descendido alarmantemente. Cuando su implacable mánager, el Coronel Tom Parker, conseguía meterlo en un estudio, era fácil que al cabo de uno o dos días diera la espantada. Prefería alardear de sus conocimientos de kárate. Para cumplir sus obligaciones con su discográfica, RCA, en 1974 llegó a publicarse un incongruente disco con fragmentos de las charlas que soltaba en los conciertos (Having fun with Elvis on stage).

Parker lo sacaba de gira incesantemente, y varias veces al año recalaba en el hotel Hilton de Las Vegas para actuar durante 10 o 15 días en dos pases diarios. Las millonarias deudas de juego del coronel en el casino de dicho hotel se contaban entre las razones. A Elvis también empezaba a faltarle liquidez: había tenido que hipotecar Graceland. Los conciertos eran cada vez más penosos. Las críticas, feroces, se debatían entre la pena y la rabia. Escribían que estaba gordo, adormilado, ido, que no vocalizaba, que tartamudeaba, que olvidaba las letras de las canciones o simplemente las cambiaba de modo grotesco. Se comportaba erráticamente: lo mismo hacía una exhibición de kárate en mitad del show que iniciaba una guerra de pistolas de agua con sus coristas.

Efectivamente, tenía sobrepeso. Era solo uno de sus problemas de salud. En los últimos tiempos habían empeorado sus problemas intestinales y su hipertensión y padecía principio de glaucoma. Le habían detectado el hígado graso. Solo por mencionar algunos de sus males físicos. Sus altibajos emocionales eran desconcertantes. Para combatirlos, y para poder conciliar el sueño, tomaba cantidades ingentes de sedantes, analgésicos y estimulantes. Su biógrafo Guralnick sugiere que esos cócteles habían inflamado su intestino y, por tanto, agravaban su estreñimiento crónico. Había sido hospitalizado en varias ocasiones por sobredosis.

 

Tres cosas preocupaban especialmente a Elvis en los días anteriores a su muerte. Elvis, what happened? (Elvis, ¿qué pasó?), un libro escrito por dos exguardaespaldas, se había publicado hacía solo unas semanas y aireaba crudamente sus miserias.

Tras su separación de Priscilla, había encadenado (y solapado) varias novias, con las que, al parecer, prefería mantener una relación infantil, incluso mística, que sexual. Aunque le había regalado un anillo de compromiso, su última conquista, Ginger Alden, de 20 años, no terminaba de implicarse. Era reticente a salir de gira con él. Por otra parte, el mismo día 16 Presley debía iniciar un nuevo tour, el sexto de ese año.

El 15 de agosto, siguiendo el relato en el que coinciden las biografías, Elvis se levantó de la cama a las cuatro de la tarde. En la casa estaba su hija Lisa Marie, de 9 años, que había llegado el 31 de julio para pasar dos semanas. A las 11 de la noche, Ginger y algunos de “los chicos” acompañaron a Elvis a una cita con el dentista, el doctor Lester Hofman. Presley funcionaba con los horarios vueltos del revés. Hofman le realizó una limpieza bucal (también a Ginger) y le empastó un par de pequeñas caries. La comitiva regresó a Graceland pasada la medianoche.

Ya en su dormitorio, hizo un intento más por convencer a Ginger de que se sumara a la gira que debía comenzar al día siguiente, pero ella se negó. A las dos, telefoneó a su médico de confianza, el doctor George Nichopoulos (o doctor Nick, como Elvis lo llamaba), quejándose de que uno de los empastes le dolía. Raudo, el doctor Nick le hizo varias recetas, que uno de los chicos recogió.

Llamada rutinaria

A las cuatro de la madrugada levantó a dos de sus amigos de la cama (algunos vivían en caravanas en la finca) porque quería jugar al frontón, a pesar de que lloviznaba. Luego tocó un poco el piano en la sala de relax, y poco después llegó el recadero con tres bolsas de medicamentos: un amplio surtido de depresivos y placebos que normalmente permitían a Elvis dormir varias horas seguidas. Le entregaron los paquetes a intervalos, y cuando le dieron el último, a primera hora de la mañana, seguía despierto.

Hacia las dos de la tarde, Ginger se despertó e hizo una llamada rutinaria a su madre (que parecía más interesada en emparentarse con Elvis que ella misma). Cuando su madre le preguntó por Elvis, Ginger se dio cuenta de que él debía de seguir en el cuarto de baño, lo que no era normal porque habían transcurrido horas desde que se levantase. Preocupada, entró, y se encontró a Elvis “tumbado en el suelo, con los pantalones de pijama dorados bajados hasta los tobillos y el rostro enterrado en un charco de vómito sobre la mullida moqueta”, escribe Gurelnick. En Graceland se desató la locura.

NAM/El País