Sus gritos iracundos a los generales alemanes, su rostro desencajado, mientras los empleados del búnker escuchaban detrás de la puerta como niños asustados, han pasado a formar parte del imaginario colectivo alemán, poniendo por primera vez rostro a un trasgo de la propia historia con el que todavía generaciones de alemanes tendrán que hacer cuentas.
El actor suizo Bruno Ganz, que interpretó ese papel de Hitler en «El hundimiento» (2004) falleció en la madrugada de ayer a los 77 años, a causa de un cáncer estomacal con el que luchaba desde el año pasado, señala un trabajo de Rosalía Sánchez en abc.es.
Ganz logró con ese personaje corporeizar la banalidad del maldescrita por Hannah Arendt y la barbarie de la poesía posterior a Auschwitz sobre la que advirtió Adorno. Él restaba importancia al trabajo, alegando que había podido afrontar el personaje gracias a su nacionalidad suiza.
«Puse mi pasaporte entre él y yo», solía explicar, «y mantuve una férrea disciplina para dejarlo en el estudio cada tarde y no llevármelo conmigo a dormir al hotel». Hitler fue para él solamente el último de una serie, la culminación quizá de un catálogo de personajes que, en su conjunto, componen una visión poliédrica, casi enciclopédica, del alma humana a través del celuloide.
Hijo de un mecánico suizo y de una italiana, nacido el 22 de marzo de 1941, dejó el instituto porque quería ser actor, sin contar para ello ni con el físico ni con la dicción que requería la industria en aquel momento, pero seguro de que «no servía para hacer ninguna otra cosa». Autodidacta, debutó en el cine en 1960, con 19 años, y pronto formó parte del elenco del Teatro Goethe en Bremen, donde trabajó con Luc Bondy, Dieter Dorn, Peter Stein, Klaus Michael Grüber, y del grupo teatral del Berliner Schaubühne.
Entre Berlín y Bruno Ganz existió siempre un misterioso magnetismo, como si ambos se perteneciesen. A Berlín rindió Ganz también otro de los personajes que componen el universo estelar de la capital alemana y que no es otro de Damiel, el ángel que desea convertirse en humano en «El cielo sobre Berlín» (1987) de Wim Wenders.
«¿Existe de verdad el mal y gente que en verdad son los malos?», se preguntaba el legendario lamento del ángel, «¿Cómo puede ser que yo, el que yo soy, no fuera antes de devenir; y que un día yo, el que yo soy, no seré más ese que soy?». La textura de su voz quedó para siempre asociada a esa queja existencial.
«Fue un actor interminable», decía anoche el editor Jürgen Kaube, «su Tasso, su Príncipe de Hombrug, su Schalimow… todos ellos constituyen acontecimientos culturales en lengua alemana». «Quien vio su Prometeo, con Grüber, jamás olvidará el dolor humano por la crueldad de los dioses», insistía, subrayando que «cuando estaba ante la cámara o sobre el escenario, no hacía falta nada más que su rostro y su voz para trasladar al espectador al interior de las mentes humanas más complejas».
Ganz realizó una aproximación al cine español en 1985, en la coproducción «El río de oro» de Jaime Chavarri, donde interpretó a Peter, junto Juan Diego Botto y Ángela Molina, adelantando ya esa presencia malévola que inquieta sin otra explicación que una intuición, un miedo.
Ganz estuvo a las órdenes de maestros como Francis Ford Coppola o Ridley Scott, participó en celebres películas como «El candidato manchú», «The Reader» o «Unknown» y también trabajó en producciones del cine francés o italiano.
La crítica alemana, por su parte, consideró que su papel estelar fue el Fausto de Goethe en la épica producción de 13 horas de Peter Stein. Después de ese hito, solo le quedaba entrar a saco en el alma de Hitler. Hasta «El Hundimiento», las películas alemanas solo habían mostrado al dictador en escenas muy cortas o de espaldas. Ganz aceptó el reto de mirarlo de frente y demostró, en palabras de la ministra alemana de cultura, Monika Grütters, que «nadie podía escapar al poder fascinante de su concepción de los roles».
«La sensibilidad luminosa de Bruno Ganz, su furor cada vez más sutil, su ingenioso entretejido de los personajes, su humor, su conocimiento del esplendor y de las profundidades de la existencia humana seguirán conmoviendo y encantando a los futuros espectadores de sus películas inmortales», se despedía anoche el recién elegido presidente de la Academia del Cine de Alemania, Ulrich Mathes.
NAM – Agencias