Eran faroleros los encargados de mantener la iluminación pública de Maracaibo. Hasta finales del siglo XIX, ellos encendían las lámparas de querosén instaladas por el gobierno en las principales esquinas de la ciudad.
Anterior a esta época, en la Nueva Zamora –la Maracaibo refundada por Pedro Maldonado, que se extendía desde la plaza de San Juan de Dios (plazoleta) hasta la de Santa Bárbara (Paseo Ciencias)- la gente se alumbraba con astillas resinosas a las cuales colocaban mechas de fibra vegetal impregnadas de grasa fijadas en estacas, cita José Molinares en su obra ‘Maracaibo, Vivencias de Ayer y Hoy’.
Más tarde, se utilizaron los candiles de barro, mientras en las casas acomodadas utilizaban malolientes velas de sebo. Posteriormente se popularizó el uso de aceite de coco hasta que llegaron los faroles de querosén.
Las velas de sebo, llegaron importadas de Europa y, según el historiador Esteban Velásquez Wilhelm, un viajero francés –contemporáneo con Francise Depons- no ocultó su impresión cuando las observó instaladas en imponentes candelabros de plata italiana a través de las ventanas de las casas de familias pudientes construidas en los alrededores de la plaza Mayor (Bolivar) y la Catedral de Maracaibo.
El temido ‘coquito’
En la pueblerina Maracaibo de 1838, los vecinos estaban obligados, por decreto municipal, a cubrir el alumbrado público colocando luminarias en las puertas y ventanas desde las 6.30 de la tarde hasta las 10.00 de la noche.
En aquellos años, ejercía, en la Policía General, un personaje muy temido llamado ‘Coquito Verzares’: “Cuando las sombras nocturnas empezaban a extenderse sobre el poblado, ‘Coquito’ lo recorría de un extremo a otro por su calle principal y, deteniéndose en cada esquina, gritaba a todo pulmón: ‘Luuuuces afueeeeera’” se recuerda en un boletín aniversario de la extinta empresa Enelven.
Aquel grito ‘aterrador’ que se repetía como un eco, hacia asomar inmediatamente en las ventanas frascos convertidos en faroles y vasos en los cuales flotaba una capa de aceite de coco que sostenía una llama temblorosa y pálida. Nadie osaba olvidar la orden de la autoridad, pues, de regreso ‘Coquito’ no comía cuentos a la hora de imponer una multa.
Más que alumbrado, aquello parecía a cierta distancia un enjambre de luciérnagas que salpican con su fosforescencia las noches oscuras.
La era de los faroles
Hasta 1848, no existió alumbrado público en la capital zuliana. Ese año, el gobierno ordenó la instalación de 14 faroles de querosén; dos en el muelle y el resto en las esquinas principales.
“El resto de la ciudad quedaba en las noches a expensas de la luz de la luna y del resplandor rojizo de las fogatas que se encendían para ahuyentar a las fieras y las cuales despedían un humo tan penetrante que irritaba los ojos y producía ataques de tos” describe en diario Panorama en su edición Aniversaria del 01 de diciembre de 1974.
Cuarenta años tuvieron las calles bajo la luz de los faroles hasta que el 24 de octubre de 1888, Maracaibo se convierte en la primera ciudad de Venezuela y segunda de Sudamérica después de Buenos Aires, en tener energía eléctrica continuada.
A Maracaibo, dice Velásquez Wilhelm, llegó el servicio eléctrico continuado primero que a Hamburgo, una de las primeras ciudades de Alemania, donde lo estrenaron en 1890.
El famoso invento
El comerciante Jaime Felipe Carrillo, quien viajaba constantemente a Nueva York y conoció allí los avances que en materia de alumbrado eléctrico había logrado Thomas Alva Edinson, firmó en junio de 1888 un contrato para alumbrar las principales calles de Maracaibo, esto, con motivo del Centenario del Natalicio del prócer zuliano Rafael Urdaneta.
La empresa de Edinson, Electric Light Co, había estrenado seis años antes el alumbrado eléctrico en Nueva York. Después que Carrillo embarcó en Estados Unidos las maquinarias y materiales rumbo a Maracaibo, razones ‘administrativas’ impidieron el desembarco de la mercancía a su llegada el día 14 de octubre y lo desembarcaron el día 16.
Solo se disponía de ocho días para instalar la planta, los postes, los cables y las lámparas. A esto se le sumaba el escaso número de operarios entendidos en la materia. La penumbra obligó a Carrillo a montar sus aparatos de generación en una edificación inadecuada en el centro, que más tarde, serían pasados al edificio de la empresa eléctrica asentada en la calle de las industrias.
El sistema instalado en la capital zuliana consistía de 213 globos de cristal que se limpiaban diariamente y se les cambiaban los carbones. El día 24 de octubre de 1889 se inaugura el alumbrado privado incandescente con lámparas que tenían la fuerza de 16 velas de esperma, al valor de 13 reales la suscripción mensual por un lapso de seis horas.
La ciudad del sol, Maracaibo, próxima a cumplir 135 años con el servicio de electricidad, reviviría hoy una época importante si al caer la noche y salir la luna ‘Coquito Verzares’ volviera a gritar ¡Luuuuuuces afueeeeera!
Independientemente y a pesar de la tendencia política de los gobiernos de turno, decir que Maracaibo fue la segunda ciudad de Latinoamérica y primera de Venezuela en gozar de un servicio de energía eléctrica y de luz elétctrica específicamente y observar ahora cómo esa misma ciudad se apaga intermitentemente, a cada rato y cuenta con el peor servicio eléctrico en el país y en toda su historia, es evidencia de involución y no de avance.
NAM/Viejo Zulia
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